lunes, 19 de diciembre de 2011

El “don” de Doña Benita


La mesita de tres patas estaba adornando el mejor rincón del salón; mientras  no se utilizaba para el menester por la que se había encargado al mejor carpintero de la ciudad, la adornaba un gran ramo de flores en un precioso jarrón y, debajo de éste, un pañito de croché hecho por doña Benita sólo con la intención de que su mesita no sufriera ningún tipo de arañazo. La mesita no pesaba nada; era ligera y suave al tacto, sin adornos adicionales, de patas altas y delgadas como las piernas de una bailarina. Barnizada en caoba claro, estéticamente y a la vista de todos, era sólo una mesita normal y corriente que pasaba  desapercibida.

Doña  Benita tenía un "don"; bueno, eso era lo que ella decía. Los espíritus eran sus amigos, y los santos su devoción. El crucifijo que colgaba en lo alto del cabecero de su cama, en alguna ocasión había escuchado sus  peticiones, nunca para ella, sólo para los demás. Nunca se dedicó a sacar provecho de ese don; ella era modista de profesión, y muy buena, pero ese "don" que ella tenía lo utilizaba con la familia y con algunos amigos.  Siempre en la intimidad de su casa.


La famosa mesita de tres patas a la que ella le tenía un cariño especial, era la intermediaria entre ella y sus adorados espíritus. En más de una ocasión vi una de aquellas sesiones de espiritismo y de verdad que, el vello y la piel se erizaban hasta sentir un frío fuera de lo normal en pleno verano. Jamás en ningunas de esas ocasiones vi truco alguno. Yo miraba y remiraba los bajos de la mesita, y solo veía sus tres largas patas  en el aire, y luego caía, daba contra el suelo y volvía a subir con violentos movimientos. Nadie la tocaba, sólo ella posaba sus manos suavemente encima, llamaba al espíritu con el que quería contactar y preguntaba. El espíritu contestaba con movimientos que ella antes "pactaba".
- Si es sí, -decía Benita- das un golpe. Si es no, dos golpes.
- Si no sabes, das varios golpes.
La mesita cumplía a rajatabla su cometido. No era como en la películas; con oscuridad, con trance de la espiritista, ni nada perecido. Era todo muy natural y a plena luz, pero se notaba tensión y frío

jueves, 1 de diciembre de 2011

El regreso


Caminaba con los pies descalzos sintiendo la hierba acariciar su piel. Hoy era el día. Estaba esperando este momento desde hacía mucho tiempo, tanto, que ya ni se acordaba cuánto. Quería sentir la humedad de la tierra; caminar, correr, revolcarse y dar vueltas sobre sí misma por la pendiente que tantas veces de niña recorrió así, como hacía ahora, para luego llegar justo a la misma orilla del río
Lo quería hacer todo de golpe, como si temiera que el tiempo se le acabara. Como si fuera un juego en el que sólo tenía unos minutos para recuperar el tiempo perdido ¡Menuda controversia!



lunes, 21 de noviembre de 2011

Sombras


Soledad a media luz, silenciosa y tenue
Suave luz del rincón, compañera de la noche,
Ficticia realidades de sombras en la semioscuridad
.
Humilde luz que ilumina mi solitaria alma
Que ansiosa espera el alba.
Sueños chinescos que se mezclan con los miedos,
Amorfas figuras que recuerdan la locura.


Me estremece esta noche temblorosa
Que teje la mente de locas fantasías,
Que enmudece el grito deseado
Y se aferra a la garganta prisionero.

lunes, 24 de octubre de 2011

La venganza de D. Jacinto


Calor. Hasta las moscas parecían mareadas. Las ramas de los árboles caían lacias, tristes. El ventilador, en lo alto del techo, recordaba un molino invertido con sus grandes aspas dando vueltas inútilmente, pues no se movía ni una pequeña brizna de aire.
 

Don Jacinto tenía una mosca en la nariz. Dormía profundamente bajo el ventilador y de vez en cuando se daba manotazos para quitarse a la pesada mosca; Ésta salía revoloteando y volvía a posarse otra vez en la nariz; tranquila, pesada, cojonera. El libro que estaba leyendo Jacinto se cayó de su barriga nada más posar la cabeza en la hamaca. "Un largo y cálido verano" se titulaba. Muy apropiado.

El rugir de un motor lo despertó de su merecida siesta.  El camión de los "Turcos" pasaba todos los días a la misma hora.  Y lo hacía a propósito. Para fastidiar. Tocaba la bocina sin que la mano que lo hacía se despegara durante un minuto. Eso es lo que Jacinto había calculado. Un minuto. Pero él no se inmutaba. Él sólo pensaba. Día y noche.  Y cada vez tenía más claro lo que tenía que hacer. Si acaso, lo que a veces le hacía dudar era su hija. Su hija estaba casada con El Turco, su enemigo más odioso. Le molestaba enormemente que a su hija la llamaran en el pueblo, La Turca. Eso lo tenía en un sin vivir y todo, porque cuando se casó con aquel vago, mujeriego, borrachín y vividor, no se le ocurrió otro sitio para la luna de miel sino Turquía.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Carta a alguien muy especial.



    Sé que esto no lo vas a poder leer.  Lo sé. Ni siquiera sé si sigues ahí, pero necesito hablarte.
No voy a preguntar cómo estás. Quiero creer que después de todo lo vivido, tu alma está ahora serena. Hace tiempo de aquello que te cambió la vida; que te partió en dos el corazón, que te rompió por dentro y que quisiste morir. Hace años que tu vida no fue vida, que eras como una sombra entre  la neblina, perdido, sin ánimo, caminando sin rumbo fijo. Te daba igual dónde fueras, o dónde te llevaran; sabías que nunca ibas a encontrar lo que querías por mucho que imploraras, que suplicaras, o que buscaras.
 Hace muchos años que no nos vemos. Estuve contigo cuando ocurrió todo, te cuidé, te consolé, aunque sabía que para ti no había consuelo.  Pero llegó el momento en que me tuve que marchar, seguir con mi vida.  Quedabas en buenas manos.





Estoy escribiendo estas  pocas letras después de haber visto algo que hizo que saltara la chispita en mi memoria y que se apelotonaran los recuerdos luchando entre ellos por salir. Sin proponérmelo. Si he de ser sincera te diré, que no me acordaba ya de ti, pero lo que he visto hoy me lleva a muchos años atrás, cuando  tú eras un jovencito que sólo pensabas en jugar, en ir siempre saltando de un lado a otro, siempre detrás de ella. Eras feliz.  Eras la envidia de  los otros que, como tú, os reuníais en el parque; sin preocupaciones, con la vida resuelta para siempre. Hasta que te fueras de ella definitivamente. Yo, al ser la mayor, os acompañaba. A ti, y a ella; hasta que ocurrió.

lunes, 29 de agosto de 2011

Son mi corazón



Como en bandolera.
Así, como en bandolera los llevo colgados.
Son seis.
Seis pequeños corazones.
Seis pequeños corazones pegados a mi piel.
Seis almas que tienen atrapada mi alma.
Seis almas que son corazones de otras seis almas.
Herencia viva de mi propia alma.
Seis corazones que alegran mi propio corazón.
Seis almas que rondan mi vida porque son mi propia vida.
Seis pequeñas vidas que colman mi vida.
Seis pequeñas vidas con seis ilusiones.


martes, 16 de agosto de 2011

Diario inacabado


Día 12 de un mes. De un año.

Hoy ha sido el día. Estaba escrito ya en la lista de tu destino. Hoy no he llorado nada. Ni una sola lágrima ha asomado a mis ojos; no he sentido dolor, ni pena, ni angustia. Estaba en una nube, flotando. Arropada, abrazada, consolada; gente, mucha gente. Yo veía, pero no veía. Oía, pero no oía. Estaba pero no estaba.
.
Ahora escribo esto con manos temblorosas. Ahora estoy empezando a darme cuenta de lo que ha pasado. Ahora me empieza la angustia, la pena, el dolor que me corroe las entrañas. Las lágrimas me borran la visión; la ausencia ocupa un espacio grande, tan grande… que caben tus abrazos, tus palabras, tu perfume. No puedo creer que ya no estés aquí, que no me hables. Estoy viendo tus cosas en tu mesita; tus gafas cerradas encima del libro que estabas leyendo, ¿te acuerdas? Te lo recomendé yo. Insistí mucho para que lo leyeras. Tú no querías; a ti te guastaba más la mitología, los libros de viajes…pero al final te convencí. Empezaste a leer “Los pilares de la tierra” y te entusiasmaste. Ahora lo veo ahí, donde lo dejaste hace sólo una noche, con el bonito marcapáginas que te presté de mi colección, señalando la página que retornarías a leer al día siguiente. Pero tú no volviste a leer. Te quedaste a mitad de la historia, como también te quedaste a mitad de la tuya. Un libro inacabado. Una vida que le quedaba mucha historia.



Día 13. Mismo mes. Mismo año.

El silencio y el cansancio. La vuelta al nido vacío se hace difícil. Ahora habita en mí la tristeza. Profunda, dolorosa, inaguantable. Me duele tu recuerdo. Ha caído la noche sin darme apenas cuenta. He repasado nuestra vida, nuestros momentos, nuestras risas, nuestros problemas… sin darme cuenta del tiempo. Y quedaba aún mucha vida. Quedaban muchos momentos. Muchas cosas que decir. Cosas que por desgracia no estaban escritas en la lista de tu destino. Ni en la de mi destino. Porque eran cosas para ti. Cosas que sólo a ti te diría, cosas que se quedaron ahí; cosas inexistentes.

lunes, 1 de agosto de 2011

Las cartas de Amelia


“Es el hombre más guapo que he visto” - decía Amelia – “y eso que he conocido a muchos”
La fotografía que estaba viendo en la revista semanal más de moda en aquel tiempo, mostraba a un hombre rubio de ojos claros, hermosas facciones y una cautivadora sonrisa. En su blanca y perfecta dentadura relucían dos dientes dorados que también, según Amelia, se usaba mucho y era un signo de distinción y elegancia. Dos preciosos dientes de oro que relucían como dos soles.
Amelia era una maniática; sacaba defectos a todo hombre que se le acercaba. Desde muy jovencita había tenido pretendientes dispuestos a amarla para siempre jamás. Ella era una rompecorazones que se sabía bella, escultural y que se fijaba mucho en que ellos fueran muy educados, finos, muy guapos y elegantes. Eso era lo que buscaba. Cuando creía que lo había encontrado, surgía algo, una pequeña cosita de nada, que ella interpretaba como algo inadecuado y ya lo despedía sin contemplación. Así, los años pasaban irremediablemente. Por unas cosas u otras, lo novios o pretendientes le duraban lo que un caramelo y lo que era peor, ella iba camino de vestir santos.
Una vez estuvo con un novio mucho más tiempo de lo normal en ella. Sus amigas y su familia pensaban que ese era ya el definitivo. Cuando anunció que lo había invitado a merendar a casa y lo presentaría a la familia, no se lo podían creer. Nunca había llevado a casa a ninguno, así que parecía que la cosa ya ¡por fin! iba en serio.



Llegó el día señalado. Todo estaba dispuesto para conocer al guapo, educado y elegante novio. Sonó el timbre y todos se miraron nerviosos. Amelia pidió tranquilidad y se dirigió a abrir la puerta. Apareció segundos después con un ramo de rosas rojas, y del brazo de un adonis que quitaba el hipo. Él llevaba una gran bandeja de pasteles porque, según dijo, era muy goloso. Una vez acabada las presentaciones y los primeros y lógicos titubeos, pasaron al comedor.

Empezó la merienda, la conversación y las preguntas – impertinentes, según Amelia - acerca de su profesión. A la familia, a priori, le gustó aquel chico abierto y simpático. Hasta que estalló la bomba. Llegó la hora de abrir la bandeja de los pasteles; la madre de Amelia, con mucha delicadeza, va rompiendo despacio el envoltorio de papel soltando un ¡OOOOHHH¡ cuando vio la magnífica pastelería delante de sus ojos. Dulces pequeños, finos y delicados. De infinidad de sabores, colores…pero uno…sólo uno, destacaba sobre los demás; uno grande, redondo y que subía en espiral; de hojaldre y nata que se derramaba por los bordes. Los sobrinos de Amelia, niños de siete y nueve años, se lanzaron con la lengua relamiéndose los labios, las bocas se les hacia agua, y la saliva estaba a punto de escurrirles encima del mantel. Ya sus manos estaban camino de la bandeja, en lucha por ser el primero en alcanzar aquella maravilla de pastel, cuando de repente, un fuerte vozarrón los dejó petrificados, con las manos en el aire, asustados…

domingo, 17 de julio de 2011

Domingos de paseo y twist.

No sabía dónde estabas. La última vez que te vi me decías adiós en la puerta de mi casa. Habíamos estado juntos toda la tarde del domingo. Paseamos como tantas parejas, como tantos domingos, por la carretera de nuestro pueblo bordeada de árboles; era la costumbre. No había nada aparte del paseo. Ya casi a la puesta de sol, nuestro amigo Antonio llevaba su “Pick Up” al bar dónde su padre nos dejaba poner música durante un par de horas. Los cantantes y grupos de la época nos hacían vibrar con su música. Bailábamos sin parar una canción tras otra. Durante la semana casi no nos veíamos; los estudios en la ciudad, facultades distintas, exámenes…alguna vez te llamaba, o me llamabas y si podíamos quedábamos para tomar algo. Pero pocas veces ocurría eso; así que nos acostumbramos a vernos los viernes en la estación de autobuses para pasar el fin de semana en el pueblo.
La rutina era siempre la misma, pero nos gustaba la tranquilidad, el paisaje, el aire limpio, el silencio. Nos relajaba del ajetreo de la semana y se nos despejaba la mente. Regresábamos el lunes a primera hora, sonrientes, descansados y con las fuerzas renovadas para enfrentarnos a la semana . Pero ese lunes no te vi subir al autobús. Los viajeros iban subiendo y ocupando sus asientos y tú no aparecías. Yo miraba por la ventanilla, extrañada, pero el motor se puso en marcha y poco a poco nos íbamos alejando. Pensé que se te habían pegado las sábanas y que cogerías el próximo. No le di mayor importancia. Te llamaría por la noche y me contarías.

Yo no sé lo que éramos. ¿Sólo amigos? ¿Un poco más que amigos?, ¿Novios? Desde muy jovencitos estábamos siempre juntos. Se convirtió en una costumbre. En las excursiones que hacíamos la pandilla, en las idas y venidas al colegio, en las compras de regalos en el día del padre o de la madre, en las de Navidad… cualquier cosa cotidiana que no nos apetecía hacer solos, pues ahí estábamos acompañándonos.
No sabía cómo había empezado, pero en el pueblo, los amigos y la familia ya nos consideraba una pareja, unos novios. Pero lo cierto era que jamás nos dijimos palabras de amor, jamás nos dimos un solo beso que no fuera de amigo; como se lo dábamos a los otros amigos. Jamás dijimos que fuésemos novios, pero nos echábamos de menos cuando no nos veíamos. Nos queríamos. A nuestra manera nos queríamos.



Y ese día, de hace muchos años, te eché de menos. El viaje se me hizo largo, aburrido y estaba muy preocupada. Te llamé a la residencia donde vivías y no sabían nada de ti, también se extrañaban. Eras un chico muy querido, simpático y no solías llegar tarde.
Cuando llamé a tu casa, al pueblo, me dijeron que te habías ido muy temprano, que no sabían nada más, que ni siquiera te despediste, sólo una nota encima de tu cama decía que te tenías que ir, que no se preocuparan, y que ya llamarías.

miércoles, 29 de junio de 2011

El camino de la esperanza


El pedregoso camino se le hacía cada vez más pesado. Cada paso que daba era un sufrimiento para sus cansados y heridos pies. Varios dedos se escapaban de sus sucias y raídas alpargatas, y el dolor se le hacía insoportable


 Un hatillo con una muda, una hogaza de pan, un trozo de queso, y una navaja, era todo su equipaje.  Aún las estrellas no le habían dado la bienvenida al sol cuando cerró la puerta verde de su casa dejando atrás todo lo que tenía, lo que más quería; su madre lo abrazó hasta que casi escuchó crujir sus costillas. Se llevó la mano al bolsillo de la camisa recordando que   le había metido algo en él. Besó la foto de su  hermana y de su madre y se le escapó un suspiro hondo, un suspiro que encerraba impotencia, dolor, desesperanza e incertidumbre.

martes, 21 de junio de 2011

La lluvia y tú


Me he asomado a la ventana, no importa que llueva intensamente en estos momentos; necesitaba aire, necesitaba llorar, desahogarme de esta angustia que me rompe por dentro, que me destroza, que hace que muera en vida. Mis lágrimas se mezclan con el agua de la lluvia que se ha puesto de mi parte, que sabe de mi sufrimiento y que llora conmigo.


                                                                                                                                                                   
Ahora mismo estoy ausente de lo que a mi alrededor acontece; sólo la lluvia forma parte de mi estado de ánimo; la lluvia y tú. Sí, tú eres ahora mi pensamiento, sólo tú existes. Tú, y yo; tú y la noche, tú y tu música, tú y tu sonrisa, tú y tu boca, tú y la lluvia. Pienso en aquella noche; llovía también como ahora. Una pequeña pero intensa tormenta de verano que nos sorprendió en nuestra playa, en nuestro paseo nocturno por la orilla del mar.  Corrimos a refugiarnos bajo el saliente de las rocas, pero de pronto te diste la vuelta y volviste sobre tus pasos. Poco a poco te desnudaste, abriste  los brazos en cruz  y miraste el cielo cargado de nubes negras, y dejaste que el agua mojara tu cara, tu cuerpo; un minuto, dos, tres… una eternidad.

lunes, 13 de junio de 2011

El y Ella = Amor

Entró en la habitación como cada mañana a la misma hora. Siempre era él quien la despertaba, quién la besaba, y quien la animaba a levantarse. Todos los días lo mismo. Él esperaba pacientemente a que ella se duchara, se secara el pelo, desayunara y se arreglara. Sin embargo, él dormía poco. Siempre atento a cualquier ruido, a cualquier movimiento desconocido, dispuesto a enfrentarse con aquello que intuyera que era una amenaza para ella.

Se habían conocido hacía ya dos años. Aquella mañana, la casualidad quiso que se encontraran en el aparcamiento del centro comercial próximo a la casa. Ella aparcó justo al lado del coche donde él estaba cómo esperando a alguien, de pié y a la sombra. Se cruzaron sus miradas; ella le sonrió, y comenzó a caminar hacia la puerta del centro. Él la siguió con la mirada, hasta que ella desapareció.
Él se quedó dando vueltas de un lado a otro, como sin saber qué hacer y mirando la puerta de vez en cuando. Se le iluminó la cara cuando la vio salir una hora después, con un carrito lleno de compras.






Se dirigió a su encuentro, pero ella le volvió a sonreir y pasó de largo. Unos minutos después, escuchó rugir el motor del coche y lo vio salir despacio hacia atrás. Él no se movió. Ella le dio un suave toque al claxon, pero él permaneció en el mismo sitio mirándola. Ella lo vio por el retrovisor y decidió bajar y hablar con él.

Se dio cuenta que él le quería decir algo; lo miró bien a los ojos, y su mirada lánguida se lo dijo todo. No necesitaron palabras.


jueves, 9 de junio de 2011

El alma renovada


A esta tierra de la eterna primavera,
la guarda la montaña más hermosa,
como un soldado enarbolando su bandera,
como un novio regalando siete rosas.
Se ha vestido de gala la montaña,
se han cubierto de nieve sus laderas,
en la frescura de sus valles me renuevo

viernes, 3 de junio de 2011

Mañana volvemos


SE LO ENSEÑARON EN LA ESCUELA.  “LAS LINEAS PARALELAS SON AQUELLAS QUE, POR MUCHO QUE SE PROLONGUEN, NUNCA SE LLEGAN A ENCONTRAR”
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ESTABA SENTADA EN EL BANCO DE LA ESTACIÓN DEL TREN.  ESPERABA COMO CADA DÍA  DESDE HACÍA CUARENTA AÑOS. HABÍA CAMBIADO MUCHO LA ESTACIÓN; LOS TRENES, LA DECORACIÓN, LA VESTIMENTA DE LOS PASAJEROS, EL EQUIPAJE… LO QUE PERMANECÍA IGUAL ERA SU PROMESA.


 ESTABA SENTADA EN EL MISMO LUGAR, PERO EN DISTINTO ASIENTO. AQUEL BANCO ANTIGUO DE MADERA YA DESCOLORIDA POR EL PASO DEL TIEMPO, LO HABÍAN CAMBIADO POR OTRO MÁS MODERNO, MÁS FRÍO, MAS IMPERSONAL. EL OTRO, TESTIGO DE LA DESPEDIDA MÁS DOLOROSA, LA DESPEDIDA DE LAS PROMESAS INCUMPLIDAS, LA DE LOS ADIOSES INTERMINABLES, LA DE ”EL TIEMPO PASA ENSEGUIDA, YA VERÁS, ESPÉRAME, NO ME OLVIDES” Y ÉSTE.  EL DE LAS ESPERA.  EL DE LA MIRADA PERDIDA EN LAS VÍAS, EL DE LA ESPERANZA…



lunes, 23 de mayo de 2011

Amor, simplemente

Pasa junto a mí la tenue luz y bajo su influjo me pierdo en sus sombras. Soñé que tu mano me llevaba por caminos solitarios, allá donde hasta los susurros tienen su perfume.

Así, entre sonidos y murmullos de noche clara, me dejaba llevar. Atrás quedaba la voz del mundo .  No quiero cruzar la noche, no sea que te pierda en la línea de la aurora. Vuela tu pelo a la luz de la luna, busco tu boca, y ahora sé donde me llevas.

Me llevas allá donde los besos son eternos; donde los perfumes y los aromas se impregnan en la piel, y los amantes, libres, bailan a la luz de la luna. No, luna, no huyas aún,  deja que esta noche sea eterna; Deja que gocemos de la magia. Olvídate de la mañana.



Deja que bailemos bajo tu plateada luz. Deja que nos emborrachemos de pasión, hasta que nuestros cuerpos y nuestras almas se fundan en un solo ser. Deja que su boca sea mía, y la mía suya. Deja que le diga sin decir nada, y que me diga sin que nada me diga.

viernes, 6 de mayo de 2011

Olvido


No tengo ganas de limosnas de cariño
No quiero ir recogiendo tus migajas
Fue tanto el dolor que me dejaste
Que lo vivido fue agua de borrajas

Sólo el silencio irá curando las heridas
Sólo el tiempo ayudará a mi alma errante
Vagaré por los caminos mi locura
Y con lágrimas saciaré mi sed de amarte



sábado, 30 de abril de 2011

Toda una vida



La habitación estaba en penumbra, sólo una débil luz procedente de las farolas de la calle se colaba a través de las cortinas del gran ventanal del dormitorio. Llovía suavemente y el pequeño chisporroteo envolvía agradablemente el silencio de la madrugada.
Tres horas después, la luz brillante del sol iluminó la estancia y el sonido del despertador, aquel antiguo, feo, y escandaloso despertador, que Juan había comprado cuando su hijo empezó la universidad, lo despertó bruscamente como todos los días; después de tantos años escuchando cada mañana el mismo sonido, aún lo sobresaltaba.
Se levantó despacio, con muecas de dolor en su arrugada cara, deslizó sus pies en las zapatillas y salió de la habitación con sus pasitos cortos, arrastrándolas por las frías baldosas.
Hoy lo llamaría. Ayer también lo llamó, y mañana lo llamará de nuevo. Julián nunca contestaba las llamadas de su padre. El contestador le devolvía la voz enlatada de su hijo: “En estos momentos no estoy en casa, llame más tarde”. Juan sabía la respuesta antes de marcar, pero insistía una y otra vez, y luego colgaba. “Mañana seguro que está, el pobre, trabaja mucho”.
Juan se sienta en su butaca a ver las viejas fotos del descolorido álbum familiar. Una pareja joven y guapa vestidos de novios y cogidos de la mano, sonríe a la cámara; a pie de foto unas pocas letras ya casi borradas: nuestra boda. La siguiente, la misma pareja está en una playa, ella con los pies en el agua y la falda arremangada, él, con los zapatos de los dos en una mano y con la otra le envía un beso; los dos están riendo, y se les ve felices. Eran fotos de su boda y luna de miel.



El viaje había sido en tren y era la primera vez que ella viajaba. Lo más lejos que había estado de su pueblo fue cuando se casó una prima, y la boda se celebró en la capital de la provincia, a unos sesenta kilómetros. Pero en su luna de miel fueron un poco más lejos, él quería que ella conociera el mar; le había hablado tanto de él… Juan lo conoció cuando hizo el servicio militar, y a ella le hacía tanta ilusión… cuatro días después ya estaban de vuelta; las labores del campo no podían esperar.
Ahora Juan observa con dulzura la foto de un niño recién nacido, con la carita regordeta y un gorrito, envuelto en mantitas. A su lado, otra foto del mismo niño montado en un caballo de cartón, vestido al estilo vaquero con su gorro y su pistola de madera. Juan sabe de memoria la situación de las fotos en el álbum, las ve a diario; no quiere olvidar los rostros, los de antes… jóvenes, llenos de vida, ilusionados, con proyectos… Y los de ahora. Los de ahora que sólo ve en las fotos. Los de ahora que no los ve ni los oye. Ahora que los necesita más que nunca, que se siente más cansado, que los recuerdos le fluyen sólo cuando hojea el álbum de tapas marrones y de hojas amarillentas de tanto usarlo; el álbum que lo mantiene unido a los suyos.

lunes, 11 de abril de 2011

Por fin, el beso


Llovía intensamente aquella tarde y el agua empezaba a embarrar las calles sin asfaltar del pequeño pueblo. El anciano, con sus pasitos cortos pero rápidos, caminaba hundiendo su bastón en el fango, sin importarle que el agua le calara sus ropas y le tapara la visión, porque de su negra boina y cómo cataratas, se escurría sobre su cara, sus ojos y al resto de su pequeño y doblado cuerpo.


miércoles, 6 de abril de 2011

El perdón


Fui creando la maraña de mi vida, y tú, alma pura, te cruzaste en mi camino y en silencio me seguiste.
Mi mente y su locura se cruzaron en tu vida, y tú, ciego de amor, engalanabas mis desdichas con mañanas de rosas esparcidas por mi lecho.
Sombríos tus ojos por la pena, pintabas tu amor desesperado…
¡Y cada pincelada era un beso!
¡Y cada color un suspiro!
¡Y cada trazo un lamento!
¡Y cada paisaje acabado…un sufrimiento!
Te herí, pero no era yo.
Te humillé pero no era yo.
Mucho me tenías que querer, porque en la densa neblina de mi mente, bañabas mi rostro de lágrimas amargas.
Al menor movimiento. Al pequeño suspiro. O al leve susurro de mis desvaríos… Allí estaban tus brazos abrazando los míos.
En velas las noches…
Y te despreciaba, pero no era yo.
Y te maltrataba, pero no era yo.
Ahora ha vuelto la cordura a mi desvalida mente; se ha desenredado la maraña que me tuvo prisionera.
Se han abierto las jaulas y ya libre, he soñado mis sueños; los míos, los míos y los tuyos, los tuyos y los míos…los nuestros…
¡Ahora te pido perdón porque estuve ausente!
¡Ahora te pido perdón por dejar de amarte!
¡Ahora te pido perdón por no comprenderte!
¡Ahora te suplico, amor, que vuelvas a amarme!
¡Ahora mi anhelo es sólo quererte!
¡Ahora me duele mi desgarrado corazón, por no encontrarte!



M. Manrique Enero 2011

miércoles, 30 de marzo de 2011

Fátima


Fátima llamó a la puerta de la calle como cada día. Sus suaves toques me despertaban, y ella esperaba paciente a que yo le abriera la puerta. “Buenos días” me decía en un medio español con acento marroquí, y se iba directamente a la cocina a recoger agua en grandes cubos para llevarla a su casa. Fátima era mi vecina y dueña de la casa que yo habitaba. “Luego tú no olvida de viene a tóma té con minta” me decía antes de irse. Ella pensaba que estaba obligada a invitarme a té con menta como pago al agua que se llevaba diariamente, ya que no tenía agua corriente. Por mucho que yo le dijera que no tenía importancia, ella insistía tanto, que tuve que dejarlo por imposible y ya se convirtió en una rutina diaria. Tú me das agua, yo te doy té.
En aquella pequeña y preciosa ciudad marroquí, la mayoría de las casas tenían pozos en los grandes patios para recoger el agua de lluvia, y las nuestras también lo tenían pero Fátima decía que no le gustaba para beberla porque le sentaba “igual piedra en bariga”.
Aquella mañana, la niebla era tan intensa, que apenas se distinguía el bonito monte que estaba justo detrás de nuestras casas. La pequeña tienda de comestibles de Said, en una de las esquinas de la calle, quedó escondida, al igual que el taller del platero Alí y la tienda de radios y transistores de mi amigo Manu.
Subí a la azotea porque desde allí se divisaba parte de la ciudad. El cercano aeropuerto, el instituto, la carretera que llegaba a los cuarteles, y las bonitas casas de la policía. Hoy todo era como una ciudad fantasma, no se veía nada, ni había nadie por las calles; el silencio era total, sólo roto por la radio de Fátima, que emitía en aquel momento música árabe, y que se colaba por el hueco de su patio. Ya sabíamos que íbamos a estar así dos o tres días; que no saldrían ni aterrizarían aviones del pequeño aeropuerto, pero que –cosa curiosa- la televisión se vería de maravilla.
Unas horas después estaba sentada en el suelo, encima de una bonita alfombra roja estampada con dibujos geométricos y con las piernas cruzadas al estilo árabe. Veía el ritual del té, aspiraba el aroma de la menta, mordisqueaba los diferentes frutos secos que Fátima dispuso en un gran bol, saboreaba los riquísimos dulces de almendra y miel, y bebía los tres vasos de té de rigor, bien escanciado para que se formara espuma, y bien caliente. El primero, amargo como la vida. El segundo, fuerte como el amor. El tercero, dulce como la muerte. Fátima aprovechaba esos momentos de té para contarme sus cosas; los chimes del barrio, lo mala que era su cuñada y lo serio que era su marido. Cuando salí de nuevo a la calle, la niebla se había disipado un poco, pero todo estaba húmedo y triste.

Ilustración de Baltasar Esteban Fernández

Al día siguiente, el panorama era el mismo. Otra vez aquella niebla cerrada que te rizaba el pelo, que se calaba en los huesos y te ponía de mal humor. Tenía ganas de dar un paseo por la bonita Plaza de España, por la calle principal llena de comercios con toda clase de artículos típicos: alfombras, juegos de té, tajines, telas de vivos colores, babuchas… y bajar hasta la playa, ir de compras al zoco, y tomar después algo en el bar del club, pero el día no
ayudaba y decidí pasar la tarde en casa. Fátima se había ofrecido a enseñarme a cocinar algunos platos típicos y decidimos que ese era un buen día para empezar.

viernes, 18 de marzo de 2011

La pastilla de jabón


Una pastilla de jabón ha tenido la culpa. Hoy he aspirado el aroma de una pastilla de jabón, ya olvidado en los anales de mi memoria. Hoy, el sentido del olfato se ha conectado, como si de una corriente eléctrica se tratara, con los otros cuatro sentidos. Hoy, todos ellos se han puesto de acuerdo para encender el interruptor de mi memoria, y han puesto tanto empeño, que el baúl de los recuerdos olvidados se ha abierto, saliendo a borbotones vivencias infantiles de aquellos años en blanco y negro (políticamente negros) y que, sin embargo, yo los viví con todos los colores del arcoíris.
Cada recuerdo ha escogido su sentido, y así, el sentido de la vista me lleva a ver los zapatitos negros de charol; brillantes, relucientes, alineados a los pies de la cama. Encima de la impoluta colcha blanca, espera el vestido de organdí con su gran lazo atado a la espalda y la combinación almidonada con su puntillita de encaje, que luego asomaría por debajo del vestido inmaculado. Veo la bañera de cuatro patas con formas de garra de león y el chorro del agua saliendo de un grifo dorado; veo a mi madre peinándome el pelo aún húmedo en una bonita trenza que luego caería por mi espalda; y me veo de su mano camino de misa de doce.

Ilustración de Balta Esteban Fernández



El sentido del oído me lleva a la antigua radio que mi padre había traído de África. Las canciones de Machín, las coplas de La Piquer, el anuncio publicitario del famoso “Cola-cao” con su pegadiza canción “Es el cola-cao desayunos y meriendas”; las radionovelas de Guillermo Sautier Casaseca, Pedro Pablo Ayuso y Matilde Vilariño; Los discos dedicados, donde se podía escuchar los éxitos de entonces. “Para el niño Julianín Pérez, con mucho cariño de su tía Pepita, por su próxima comunión” y entonces saltaba a las ondas la prodigiosa voz del pequeño ruiseñor Joselito, que se mezclaba con el ruido de la máquina de coser Alfa de mi madre que, pedalea que te pedalea, me cosía los preciosos vestidos que luego estrenaba al domingo siguiente.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Playa


Antes de que el sol despliegue sus alas y bese tu arena un día cualquiera…
Antes que la barca arrastre su quilla cuán doliente arado que busca marea…
Antes de que el niño construya castillos con torres y almenas…
Desnuda te exhibes, solitaria playa.



Antes que la espuma de olas plateadas, sean dibujadas en el rompeolas de rocas lejanas…
Antes, mucho antes, que el cercano faro apague su guiño en el espigón…
Antes, mucho antes de que esto acontezca…
Te estuve observando en la noche clara de mil lunas llenas.

lunes, 14 de marzo de 2011

Desde el balcón del abuelo


La carretera serpentea a lo largo de la costa, yo diría que de la mano del mar, tan cerca, que el salitre se cuela por la pequeña ventanilla del Hispano Suiza de los años cincuenta. Nada mas doblar la última curva, se divisa, allá a lo lejos, en lo alto de una pequeña loma, la silueta encalada de la casa del abuelo.
Sentado en su banco de piedra, en la esquina más fresca de la casa, el abuelo ve y siente pasar la vida; el inmenso océano, hoy azul y mañana quizás suave verde, según esté el ánimo o el capricho de los dioses; la hermosa playa con sus bonitas barcas de colores varadas en su negra arena, todas parecen esperar la llamada del mar: Candela, Milagros, María Soledad… El abuelo mira ahora las pobres casitas de los pescadores. Sentados a la puerta, hombres y mujeres se afanan en repasar y coser las viejas redes que son su sustento y su esperanza. Los niños juegan y corretean alrededor de sus padres; la playa es su parque, las cercanas rocas su tobogán y las olas su columpio. A veces, cuando la marea está en su punto más bajo, sus cuerpos curtidos por el aire y el sol, se pierden entre las rocas buscando tesoros en forma de caracolas y lapas, tan adheridas a la piedra como sus cuerpecillos a la playa.


Ilustración de Balta Esteban Fernández



Hoy, el abuelo les ha hecho un estupendo columpio a sus nietas, y mientras ellas juegan a ver quien sube más alto, él se ha vuelto a sentar en su banco de piedra, en su fresca esquina que es el balcón preferido de sus cansados ojos. Ahora mira su entorno más cercano; los grandes y altos riscos que se precipitan como cataratas sobre el hermoso barranco, salpicado de tabaibas, cactus, cardones, aulagas, tuneras y alguna higuera… Y el árbol; el hermoso y viejo eucalipto que, como un soldado en permanente guardia, parece guardar la casa con su sombra, y que es refugio de Marino, el viejo perro del abuelo rescatado de un naufragio, y de ahí su nombre.



domingo, 13 de marzo de 2011

La niña del agua


Volvían de pasar una tarde muy divertida. Iban deprisa, yo diría que muy deprisa. Lo nubarrones negros que a primera hora de la tarde amenazaban lluvia, habían empezado a descargar poco a poco los goterones grandes y gordos que normalmente preceden a una lluvia mucho más intensa. El viento también hacía acto de presencia, y lo que al principio era una brisa más o menos agradable, iba convirtiéndose en algo más serio que aconsejaba dejar las calles y refugiarse en casa.

La niña ya dormía ajena al ajetreo que había fuera; la lluvia golpeaba con fuerza los muros de la casa y los cristales de las ventanas. El viento, compañero inseparable de la lluvia, agitaba con fuerza las ramas de los árboles y se quería filtrar por las rendijas que encontraba a su paso, pidiendo entrar libre, sin obstáculos, para que se calme su ulular, y después quedarse sólo en brisa que poco a poco va desapareciendo. La pequeña se había dormido sólo poner su cabecita en la almohada estampada de grades hojas verdes.

Ilustración de Balta Esteban Fernández


Amanece. El nuevo día nace con un sol caliente y brillante; el olor a tierra mojada invade la atmósfera acogedoramente. Los destellos brillantes del sol, platean el agua de los innumerables charcos que la lluvia ha dejado en el camino. Un rayito se ha colado a través de las cortinas; la niña sigue durmiendo plácidamente; de vez en cuando, una leve sonrisa ilumina su cara y sus pies se mueven debajo de las sábanas con movimientos acompasados. El rayito de sol ha llegado a la altura de sus ojos. Alguien entra en la habitación y abre la ventana. La ruidosa sinfonía de cantos de pájaros y el agradable aroma de la tierra, invaden la estancia. La pequeña abre los ojos y adormilada aún, mira hacia la ventana y de un salto, se baja de la cama y se asoma, - “¿qué ha pasado?”- Como si de un campo de batalla se tratara, los innumerables charcos, ramas y hojas esparcidas por doquier, se quedan grabados en los ojos de la pequeña que, contenta, y cómo impulsada por un resorte invisible, sale corriendo escaleras abajo; “deprisa, deprisa” - dice para sí – mientras se calza sus magníficas botas de agua.

viernes, 11 de marzo de 2011

El secreto


El pueblo estaba sumido en una intensa oscuridad a causa de la luna nueva. Sólo la débil luz de una farola en la plaza, justo delante de la puerta del Ayuntamiento, permitía ver algunos árboles, bancos y el pequeño balcón de la casa consistorial. El silencio era sepulcral, sólo roto de vez en cuando por el ladrido de algún perro lejano. Los habitantes del lugar dormían tranquilos en la oscura y apacible noche. Sólo José estaba inquieto y desvelado. El rumor que aquella pasada tarde se había extendido por todo el pueblo, lo habían hecho retroceder veinticuatro años. Los acontecimientos de entonces, donde él había sido uno de los protagonistas principales, habían vuelto para martirizarlo de nuevo, para volver a vivir toda aquella desagradable historia que él había hecho todo lo posible por olvidar, y que gracias a Lucía, su mujer, lo había conseguido. José mira cómo duerme Lucía, ajena por completo a la angustia que él está pasando; quisiera despertarla, contarle cómo se siente; ella le ayudaría como hacía siempre, cómo lo hizo entonces y cómo lo había hecho a lo largo de tantos años de matrimonio. José veía a su mujer cómo su salvación, cómo su ángel de la guarda que en los momentos difíciles estaba ahí, escuchándolo, dándole ánimos y queriéndole. Él no podría vivir sin ella; la quería, la necesitaba, aunque no sabía si eso era verdaderamente amor; sólo que se encontraba muy a gusto con ella, y que le había dado un hogar feliz, tranquilo y sin sobresaltos. Su carácter alegre, positivo y extrovertido, habían hecho el milagro de que él hubiese olvidado el problema que ahora, después de tanto tiempo, un simple rumor lo tuviera preocupado y desvelado.
Se levantó a beber agua. Al salir al pasillo y pasar por delante de la habitación de su hija, se paró ante la puerta entreabierta y oyó su respiración lenta y profunda; un gran sentimiento de amor le llenó los ojos de lágrimas. Se alegró de que Marta estuviera profundamente dormida; no deseaba por nada del mundo que lo viese en aquel estado y preguntara qué pasaba; no sabría que decirle. Bebió agua y se dirigió al salón. Separó las cortinas y miró la calle; la oscuridad era total aún, pero dentro de poco amanecería y quizá viera las cosas de otra manera. Con ese pensamiento volvió a la cama, pero su angustia no desaparecía; despertó a Lucía y le contó lo que le pasaba. Ella, ajena al rumor que lo tenía preocupado, lo regañó por no contárselo antes; lo primero que dijo fue que Marta tenía que saberlo todo, y que se enfadaría, y con razón, por habérselo ocultado durante tantos años. José se tranquilizó un poco, por lo menos se quitaría un peso de encima; le preocupó la reacción que pudiera tener su hija, pero cuanto antes se lo contara mejor. Su hija lo perdonaría, estaba seguro. Lucía le dijo, en cuanto la niña tuvo edad para comprender lo que había pasado, que hablara con ella, al fin de cuentas él no había tenido culpa de nada, al revés, fue el más perjudicado, pero José se resistió a hablar con su hija, quería retrasar el momento hasta que no tuviera más remedio, y ese momento había llegado. No comprendía cómo no se había enterado antes, viviendo en un pueblo pequeño, y que las malas noticias o sucesos se recuerdan continuamente, precisamente porque no suelen ocurrir y se pasan de una generación a otra cómo si acabaran de pasar.


Ilustración de Balta Esteban Fernández


jueves, 10 de marzo de 2011

Cinco segundos


Sólo fueron cinco segundos. Sólo fueron cinco segundos, para que aquella maravilla que minutos antes le tenía con la vista fija en el horizonte, desapareciera. Había estado sentado en el porche cómo cada tarde, observando, justo enfrente, los colores que poco a poco se iban formando; la puesta de sol bañaba el paisaje que por momentos se vestía cómo para ir de fiesta, cómo una mujer que se cambia mil veces de vestido, hasta que elige por fin el definitivo. Los amarillos suaves, los amarillos intensos, los rosados suaves que se van transformando en rojos, los naranjas… y al final, justo ya en el filo de la línea horizontal, la esfera, puro fuego, y rodeada del inmenso manto rojo, desaparece con todo su esplendor; se esfuma, pero su gran manto rojo permanece aún unos minutos recordándonos que sólo es un adiós momentáneo.
El sol se ha escondido, y cinco segundos antes, él cerró los ojos para dar gracias a Dios por permitirle ver un día más esa maravilla de la naturaleza, pero cuándo los abrió, el sol ya había dado el salto mortal hacia al otro lado de la línea. Tendría que esperar a mañana. Era igual que el cuento de Sherezade. No acababa nunca. Lo acabaría la noche siguiente, así mantenía el interés del malvado rey, que estaba tan interesado en saber su final, que le perdonaba la vida una vez más y dejaba su ejecución para el otro día, y así un día y otro, el cuento no terminaba.


Ilustración de Balta Esteban Fernández

Soledades

Marchito el día muere bajo lluvia.
Intensa oscuridad que aumenta mi tristeza.
Paseo las calles en noche de alcohol y soledades…
Ausencia de labios.
Ausencia de amantes.

Ansío tu abrazo sin claridad de luna.
Sólo maullidos de gatos besan suave los silencios.
Bebidas de fuego corren raudas por mis venas…
Ahogando mis penas y enredando mi lengua.


Herida en sangre mi garganta, llamarte me angustia y mi voz se quiebra.
Como ríos de barros bajan las calles…
Y empapado camino hacia el alba.
Mojada la cara disimulo mi llanto…
Soledades de alfileres pinchan mi alma.



miércoles, 9 de marzo de 2011

Una historia de amor


Salieron muy temprano de casa; él con los ojos acuosos, y algo nervioso; ella mucho más serena,  aunque en su semblante se adivinada que habían estado discutiendo, y por la forma tan segura y resuelta de caminar, también se adivinaba que ella había ganado. Él la seguía con paso lento, repasando cabizbajo todo lo que habían hablado; él cedió; sabía que ella tenía razón, porque lo quería tanto cómo él a ella; no, él la quería muchísimo más, y si lo quería tanto, no iba a desear nada malo para él. Todo lo que hablaron esa mañana, llevaban días discutiéndolo, razonándolo; ella tratando de convencerlo de que era lo mejor que le podía  pasar, que era importantísimo para su futuro, y que el tiempo que estuvieran separados, ella se dedicaría a hacer cosas que no había tenido ocasión ni tiempo de hacer. Por su parte, él decía que no era necesaria la separación, que no podría vivir sin ella, que la echaría muchísimo de menos, y que la sola idea de no tenerla cerca le había quitado el apetito, y se le ponía un nudo en la garganta que le hacía llorar cuando ella no estaba delante.