domingo, 17 de julio de 2011

Domingos de paseo y twist.

No sabía dónde estabas. La última vez que te vi me decías adiós en la puerta de mi casa. Habíamos estado juntos toda la tarde del domingo. Paseamos como tantas parejas, como tantos domingos, por la carretera de nuestro pueblo bordeada de árboles; era la costumbre. No había nada aparte del paseo. Ya casi a la puesta de sol, nuestro amigo Antonio llevaba su “Pick Up” al bar dónde su padre nos dejaba poner música durante un par de horas. Los cantantes y grupos de la época nos hacían vibrar con su música. Bailábamos sin parar una canción tras otra. Durante la semana casi no nos veíamos; los estudios en la ciudad, facultades distintas, exámenes…alguna vez te llamaba, o me llamabas y si podíamos quedábamos para tomar algo. Pero pocas veces ocurría eso; así que nos acostumbramos a vernos los viernes en la estación de autobuses para pasar el fin de semana en el pueblo.
La rutina era siempre la misma, pero nos gustaba la tranquilidad, el paisaje, el aire limpio, el silencio. Nos relajaba del ajetreo de la semana y se nos despejaba la mente. Regresábamos el lunes a primera hora, sonrientes, descansados y con las fuerzas renovadas para enfrentarnos a la semana . Pero ese lunes no te vi subir al autobús. Los viajeros iban subiendo y ocupando sus asientos y tú no aparecías. Yo miraba por la ventanilla, extrañada, pero el motor se puso en marcha y poco a poco nos íbamos alejando. Pensé que se te habían pegado las sábanas y que cogerías el próximo. No le di mayor importancia. Te llamaría por la noche y me contarías.

Yo no sé lo que éramos. ¿Sólo amigos? ¿Un poco más que amigos?, ¿Novios? Desde muy jovencitos estábamos siempre juntos. Se convirtió en una costumbre. En las excursiones que hacíamos la pandilla, en las idas y venidas al colegio, en las compras de regalos en el día del padre o de la madre, en las de Navidad… cualquier cosa cotidiana que no nos apetecía hacer solos, pues ahí estábamos acompañándonos.
No sabía cómo había empezado, pero en el pueblo, los amigos y la familia ya nos consideraba una pareja, unos novios. Pero lo cierto era que jamás nos dijimos palabras de amor, jamás nos dimos un solo beso que no fuera de amigo; como se lo dábamos a los otros amigos. Jamás dijimos que fuésemos novios, pero nos echábamos de menos cuando no nos veíamos. Nos queríamos. A nuestra manera nos queríamos.



Y ese día, de hace muchos años, te eché de menos. El viaje se me hizo largo, aburrido y estaba muy preocupada. Te llamé a la residencia donde vivías y no sabían nada de ti, también se extrañaban. Eras un chico muy querido, simpático y no solías llegar tarde.
Cuando llamé a tu casa, al pueblo, me dijeron que te habías ido muy temprano, que no sabían nada más, que ni siquiera te despediste, sólo una nota encima de tu cama decía que te tenías que ir, que no se preocuparan, y que ya llamarías.



Pero hoy, treinta años después, te he visto. Hoy, treinta años después, nos hemos cruzado en unas escaleras mecánicas de un aeropuerto internacional. Hoy, mi corazón ha latido de una manera desmesurada, con fuerza. En los pocos segundos que duró el cruce de miradas, nos conocimos. A pesar del cambio físico de los dos; de tus canas, de tus gafas, de mis canas, de mis gafas. Las escaleras nos separaban otra vez, sin darte la oportunidad de una explicación, de unas palabras. Cuando llegué arriba y salí de la escalera, miré abajo; la gente se arremolinaba en la entrada y salida de ésta, te busqué con la mirada, pero no te vi. Se me quedó en la retina tu mirada verde, la misma mirada que a mí tanto me gustaba, que me enamoró. Sí, ahora lo puedo decir. Yo estaba locamente enamorada de ti, necesitaba que tú también lo estuvieras y que me lo dijeras, pero te fuiste y me quedé sola; te necesitaba, te añoraba… ya nada fue igual. Me quedé esperándote toda una vida. Es injusto, muy injusto.

Hoy me he dado cuenta que mi espera ha sido inútil, una pérdida de tiempo. Hoy he comprendido el porqué de tu huída.¡ Pero qué tonto! Con lo fácil que hubiera sido que me lo hubieses contado. Éramos amigos, muy amigos. Yo te habría comprendido, ayudado. Sé que en aquellos tiempos tu “problema” era un estigma. Un “vicio” perseguido. Por eso te fuiste lejos… ahora lo comprendo, pero entonces fue una cobardía por tu parte. Éramos el uno para el otro, aunque yo te quería de otra forma.

Hoy te vi en las escaleras mecánicas de un conocido aeropuerto internacional. Hoy te vi de la mano de un hombre bajando unas escaleras mecánicas, mientras él te quitaba un mechón de pelo de tu frente. No sé si te ibas o si venias. Sólo sé que nos vimos y nos conocimos. La vida te da sorpresas.

María Manrique. Mayo 2011.

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