lunes, 14 de marzo de 2011

Desde el balcón del abuelo


La carretera serpentea a lo largo de la costa, yo diría que de la mano del mar, tan cerca, que el salitre se cuela por la pequeña ventanilla del Hispano Suiza de los años cincuenta. Nada mas doblar la última curva, se divisa, allá a lo lejos, en lo alto de una pequeña loma, la silueta encalada de la casa del abuelo.
Sentado en su banco de piedra, en la esquina más fresca de la casa, el abuelo ve y siente pasar la vida; el inmenso océano, hoy azul y mañana quizás suave verde, según esté el ánimo o el capricho de los dioses; la hermosa playa con sus bonitas barcas de colores varadas en su negra arena, todas parecen esperar la llamada del mar: Candela, Milagros, María Soledad… El abuelo mira ahora las pobres casitas de los pescadores. Sentados a la puerta, hombres y mujeres se afanan en repasar y coser las viejas redes que son su sustento y su esperanza. Los niños juegan y corretean alrededor de sus padres; la playa es su parque, las cercanas rocas su tobogán y las olas su columpio. A veces, cuando la marea está en su punto más bajo, sus cuerpos curtidos por el aire y el sol, se pierden entre las rocas buscando tesoros en forma de caracolas y lapas, tan adheridas a la piedra como sus cuerpecillos a la playa.


Ilustración de Balta Esteban Fernández



Hoy, el abuelo les ha hecho un estupendo columpio a sus nietas, y mientras ellas juegan a ver quien sube más alto, él se ha vuelto a sentar en su banco de piedra, en su fresca esquina que es el balcón preferido de sus cansados ojos. Ahora mira su entorno más cercano; los grandes y altos riscos que se precipitan como cataratas sobre el hermoso barranco, salpicado de tabaibas, cactus, cardones, aulagas, tuneras y alguna higuera… Y el árbol; el hermoso y viejo eucalipto que, como un soldado en permanente guardia, parece guardar la casa con su sombra, y que es refugio de Marino, el viejo perro del abuelo rescatado de un naufragio, y de ahí su nombre.




La distancia que hay desde la casa hasta el pueblo, son campos con plantaciones de tomates y pequeñas huertas; el precioso sendero que baja hasta la playa está sombreado por grandes eucaliptos, y en los días de lluvia, una vez que el sol vuelve a aparecer, el aroma que desprende se expande por los alrededores, llegando incluso hasta la fuente, donde las mujeres recogen el agua en grandes “cacharros”, y luego lo cargan a la cabeza sin aparente esfuerzo, como si fueran ligeras pamelas adornadas con plumas. Hay también campos áridos esperando la mano del hombre, la simiente y la lluvia. Todo es hermoso y con bellos contrastes de colores: azules, verdes, ocres…
El verano poco a poco va languideciendo. Se acaban las vacaciones y el pequeño Hispano Suiza retorna a la ciudad por la serpenteante carretera; el abuelo desde su equina, dice adiós con los brazos en alto y ve con pena como desaparece en la primera curva. Es hora de recoger el columpio hasta el próximo verano. Se pone el sol, y al poco rato el esplendido manto del cielo se inunda de estrellas; cantan los grillos y croan las ranas en el estanque cercano. Mañana verá salir de nuevo el sol en su balcón preferido.
Han pasado los años. El mal llamado progreso ha tapado el mar con grandes hoteles y apartamentos. Ya no hay barcas, ni pescadores, ni niños mariscando y jugando en la playa. El barranco es ahora una autopista, los eucaliptos han sido sustituidos por restaurante, bares y tiendas de suvenires. Los campos de tomates, son ahora pistas de tenis y campos de golf. Por la carretera cercana, ahora más grande, desfilan grandes coches, motos, enormes autobuses llenos de turistas buscando sol y playa; ya no huele a eucaliptos, sino a comida basura y a protector solar. Todo alrededor es cemento y hormigón. Pero la casa, la casa de nuestros queridos veranos, con su esquina de cuentos sigue allí. En pie. Muy vieja y ruinosa, pero sigue allí; como si una fuerza inquebrantable la sostuviera; como si algo poderoso y que está fuera de nuestro entendimiento la guardara. No pueden destruirse tantos recuerdos así como así. Allí está, testigo de tantas horas de felicidad. ¿Hasta cuándo?, no lo sé. A veces pienso que el alma noble del abuelo está rondando por allí, que es él esa fuerza indestructible, y que su etérea alma sentada en su esquina, será la memoria de lo que fue y ya no es.
Una pequeña lágrima cae sobre el banco de piedra. Las almas nobles también lloran.
M.M,

8 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡esto està hermoso!!, me llevo el link para poder seguir tus entradas...

felicitaciones y abrazos


p.d....y de cual de las Islas Canarias?

Anónimo dijo...

Hola, Adelfa. Estoy encantada de que te haya gustado; yo también he leído tu poema y me ha encantado. La Isla Canaria es Tenerife. Son siete islas que fofman el archipiélago canario. Todas maravillosas. Muchas gracias. Abrazos.i maria manrique.

Anónimo dijo...

De las 7 islas conozco 4 (por eso te preguntaba de cual eres tu). Si algún dia haes click en mis libros (arriba a la drecha de mi blog), veras uno que se titula "del otro lado de la vida" y lo entenderàs...Escribes maravillosamente, debes pensar en ir publicando tus cuentos...en Bubok por ejemplo, es gratis...

mis cordiales saludos

Anónimo dijo...

Gracias por el ánimo que me das. Me entretendré más en tu blog, para informarme mejor. Un saludo desde canarias.

Con K. dijo...

Lei tu comentarion en el blog, por cierto muchas gracias por pasar a visitarme.

Me gusto mucho esta entrada me trajo recuerdos de infancia.

Y lo del intercambio de enlaces me parece perfecto.
Saludos

Anónimo dijo...

Muchas gracias Karla. Te seguiré visitando.

Anónimo dijo...

Gracias Karla. Seguiré visitandote. Un saludo desde Canarias.

Anónimo dijo...

Hola, Karla. Seguiré visitandote. Un abrazo desde Canarias y muchas gracias!