lunes, 21 de noviembre de 2011

Sombras


Soledad a media luz, silenciosa y tenue
Suave luz del rincón, compañera de la noche,
Ficticia realidades de sombras en la semioscuridad
.
Humilde luz que ilumina mi solitaria alma
Que ansiosa espera el alba.
Sueños chinescos que se mezclan con los miedos,
Amorfas figuras que recuerdan la locura.


Me estremece esta noche temblorosa
Que teje la mente de locas fantasías,
Que enmudece el grito deseado
Y se aferra a la garganta prisionero.

lunes, 24 de octubre de 2011

La venganza de D. Jacinto


Calor. Hasta las moscas parecían mareadas. Las ramas de los árboles caían lacias, tristes. El ventilador, en lo alto del techo, recordaba un molino invertido con sus grandes aspas dando vueltas inútilmente, pues no se movía ni una pequeña brizna de aire.
 

Don Jacinto tenía una mosca en la nariz. Dormía profundamente bajo el ventilador y de vez en cuando se daba manotazos para quitarse a la pesada mosca; Ésta salía revoloteando y volvía a posarse otra vez en la nariz; tranquila, pesada, cojonera. El libro que estaba leyendo Jacinto se cayó de su barriga nada más posar la cabeza en la hamaca. "Un largo y cálido verano" se titulaba. Muy apropiado.

El rugir de un motor lo despertó de su merecida siesta.  El camión de los "Turcos" pasaba todos los días a la misma hora.  Y lo hacía a propósito. Para fastidiar. Tocaba la bocina sin que la mano que lo hacía se despegara durante un minuto. Eso es lo que Jacinto había calculado. Un minuto. Pero él no se inmutaba. Él sólo pensaba. Día y noche.  Y cada vez tenía más claro lo que tenía que hacer. Si acaso, lo que a veces le hacía dudar era su hija. Su hija estaba casada con El Turco, su enemigo más odioso. Le molestaba enormemente que a su hija la llamaran en el pueblo, La Turca. Eso lo tenía en un sin vivir y todo, porque cuando se casó con aquel vago, mujeriego, borrachín y vividor, no se le ocurrió otro sitio para la luna de miel sino Turquía.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Carta a alguien muy especial.



    Sé que esto no lo vas a poder leer.  Lo sé. Ni siquiera sé si sigues ahí, pero necesito hablarte.
No voy a preguntar cómo estás. Quiero creer que después de todo lo vivido, tu alma está ahora serena. Hace tiempo de aquello que te cambió la vida; que te partió en dos el corazón, que te rompió por dentro y que quisiste morir. Hace años que tu vida no fue vida, que eras como una sombra entre  la neblina, perdido, sin ánimo, caminando sin rumbo fijo. Te daba igual dónde fueras, o dónde te llevaran; sabías que nunca ibas a encontrar lo que querías por mucho que imploraras, que suplicaras, o que buscaras.
 Hace muchos años que no nos vemos. Estuve contigo cuando ocurrió todo, te cuidé, te consolé, aunque sabía que para ti no había consuelo.  Pero llegó el momento en que me tuve que marchar, seguir con mi vida.  Quedabas en buenas manos.





Estoy escribiendo estas  pocas letras después de haber visto algo que hizo que saltara la chispita en mi memoria y que se apelotonaran los recuerdos luchando entre ellos por salir. Sin proponérmelo. Si he de ser sincera te diré, que no me acordaba ya de ti, pero lo que he visto hoy me lleva a muchos años atrás, cuando  tú eras un jovencito que sólo pensabas en jugar, en ir siempre saltando de un lado a otro, siempre detrás de ella. Eras feliz.  Eras la envidia de  los otros que, como tú, os reuníais en el parque; sin preocupaciones, con la vida resuelta para siempre. Hasta que te fueras de ella definitivamente. Yo, al ser la mayor, os acompañaba. A ti, y a ella; hasta que ocurrió.

lunes, 29 de agosto de 2011

Son mi corazón



Como en bandolera.
Así, como en bandolera los llevo colgados.
Son seis.
Seis pequeños corazones.
Seis pequeños corazones pegados a mi piel.
Seis almas que tienen atrapada mi alma.
Seis almas que son corazones de otras seis almas.
Herencia viva de mi propia alma.
Seis corazones que alegran mi propio corazón.
Seis almas que rondan mi vida porque son mi propia vida.
Seis pequeñas vidas que colman mi vida.
Seis pequeñas vidas con seis ilusiones.


martes, 16 de agosto de 2011

Diario inacabado


Día 12 de un mes. De un año.

Hoy ha sido el día. Estaba escrito ya en la lista de tu destino. Hoy no he llorado nada. Ni una sola lágrima ha asomado a mis ojos; no he sentido dolor, ni pena, ni angustia. Estaba en una nube, flotando. Arropada, abrazada, consolada; gente, mucha gente. Yo veía, pero no veía. Oía, pero no oía. Estaba pero no estaba.
.
Ahora escribo esto con manos temblorosas. Ahora estoy empezando a darme cuenta de lo que ha pasado. Ahora me empieza la angustia, la pena, el dolor que me corroe las entrañas. Las lágrimas me borran la visión; la ausencia ocupa un espacio grande, tan grande… que caben tus abrazos, tus palabras, tu perfume. No puedo creer que ya no estés aquí, que no me hables. Estoy viendo tus cosas en tu mesita; tus gafas cerradas encima del libro que estabas leyendo, ¿te acuerdas? Te lo recomendé yo. Insistí mucho para que lo leyeras. Tú no querías; a ti te guastaba más la mitología, los libros de viajes…pero al final te convencí. Empezaste a leer “Los pilares de la tierra” y te entusiasmaste. Ahora lo veo ahí, donde lo dejaste hace sólo una noche, con el bonito marcapáginas que te presté de mi colección, señalando la página que retornarías a leer al día siguiente. Pero tú no volviste a leer. Te quedaste a mitad de la historia, como también te quedaste a mitad de la tuya. Un libro inacabado. Una vida que le quedaba mucha historia.



Día 13. Mismo mes. Mismo año.

El silencio y el cansancio. La vuelta al nido vacío se hace difícil. Ahora habita en mí la tristeza. Profunda, dolorosa, inaguantable. Me duele tu recuerdo. Ha caído la noche sin darme apenas cuenta. He repasado nuestra vida, nuestros momentos, nuestras risas, nuestros problemas… sin darme cuenta del tiempo. Y quedaba aún mucha vida. Quedaban muchos momentos. Muchas cosas que decir. Cosas que por desgracia no estaban escritas en la lista de tu destino. Ni en la de mi destino. Porque eran cosas para ti. Cosas que sólo a ti te diría, cosas que se quedaron ahí; cosas inexistentes.

lunes, 1 de agosto de 2011

Las cartas de Amelia


“Es el hombre más guapo que he visto” - decía Amelia – “y eso que he conocido a muchos”
La fotografía que estaba viendo en la revista semanal más de moda en aquel tiempo, mostraba a un hombre rubio de ojos claros, hermosas facciones y una cautivadora sonrisa. En su blanca y perfecta dentadura relucían dos dientes dorados que también, según Amelia, se usaba mucho y era un signo de distinción y elegancia. Dos preciosos dientes de oro que relucían como dos soles.
Amelia era una maniática; sacaba defectos a todo hombre que se le acercaba. Desde muy jovencita había tenido pretendientes dispuestos a amarla para siempre jamás. Ella era una rompecorazones que se sabía bella, escultural y que se fijaba mucho en que ellos fueran muy educados, finos, muy guapos y elegantes. Eso era lo que buscaba. Cuando creía que lo había encontrado, surgía algo, una pequeña cosita de nada, que ella interpretaba como algo inadecuado y ya lo despedía sin contemplación. Así, los años pasaban irremediablemente. Por unas cosas u otras, lo novios o pretendientes le duraban lo que un caramelo y lo que era peor, ella iba camino de vestir santos.
Una vez estuvo con un novio mucho más tiempo de lo normal en ella. Sus amigas y su familia pensaban que ese era ya el definitivo. Cuando anunció que lo había invitado a merendar a casa y lo presentaría a la familia, no se lo podían creer. Nunca había llevado a casa a ninguno, así que parecía que la cosa ya ¡por fin! iba en serio.



Llegó el día señalado. Todo estaba dispuesto para conocer al guapo, educado y elegante novio. Sonó el timbre y todos se miraron nerviosos. Amelia pidió tranquilidad y se dirigió a abrir la puerta. Apareció segundos después con un ramo de rosas rojas, y del brazo de un adonis que quitaba el hipo. Él llevaba una gran bandeja de pasteles porque, según dijo, era muy goloso. Una vez acabada las presentaciones y los primeros y lógicos titubeos, pasaron al comedor.

Empezó la merienda, la conversación y las preguntas – impertinentes, según Amelia - acerca de su profesión. A la familia, a priori, le gustó aquel chico abierto y simpático. Hasta que estalló la bomba. Llegó la hora de abrir la bandeja de los pasteles; la madre de Amelia, con mucha delicadeza, va rompiendo despacio el envoltorio de papel soltando un ¡OOOOHHH¡ cuando vio la magnífica pastelería delante de sus ojos. Dulces pequeños, finos y delicados. De infinidad de sabores, colores…pero uno…sólo uno, destacaba sobre los demás; uno grande, redondo y que subía en espiral; de hojaldre y nata que se derramaba por los bordes. Los sobrinos de Amelia, niños de siete y nueve años, se lanzaron con la lengua relamiéndose los labios, las bocas se les hacia agua, y la saliva estaba a punto de escurrirles encima del mantel. Ya sus manos estaban camino de la bandeja, en lucha por ser el primero en alcanzar aquella maravilla de pastel, cuando de repente, un fuerte vozarrón los dejó petrificados, con las manos en el aire, asustados…

domingo, 17 de julio de 2011

Domingos de paseo y twist.

No sabía dónde estabas. La última vez que te vi me decías adiós en la puerta de mi casa. Habíamos estado juntos toda la tarde del domingo. Paseamos como tantas parejas, como tantos domingos, por la carretera de nuestro pueblo bordeada de árboles; era la costumbre. No había nada aparte del paseo. Ya casi a la puesta de sol, nuestro amigo Antonio llevaba su “Pick Up” al bar dónde su padre nos dejaba poner música durante un par de horas. Los cantantes y grupos de la época nos hacían vibrar con su música. Bailábamos sin parar una canción tras otra. Durante la semana casi no nos veíamos; los estudios en la ciudad, facultades distintas, exámenes…alguna vez te llamaba, o me llamabas y si podíamos quedábamos para tomar algo. Pero pocas veces ocurría eso; así que nos acostumbramos a vernos los viernes en la estación de autobuses para pasar el fin de semana en el pueblo.
La rutina era siempre la misma, pero nos gustaba la tranquilidad, el paisaje, el aire limpio, el silencio. Nos relajaba del ajetreo de la semana y se nos despejaba la mente. Regresábamos el lunes a primera hora, sonrientes, descansados y con las fuerzas renovadas para enfrentarnos a la semana . Pero ese lunes no te vi subir al autobús. Los viajeros iban subiendo y ocupando sus asientos y tú no aparecías. Yo miraba por la ventanilla, extrañada, pero el motor se puso en marcha y poco a poco nos íbamos alejando. Pensé que se te habían pegado las sábanas y que cogerías el próximo. No le di mayor importancia. Te llamaría por la noche y me contarías.

Yo no sé lo que éramos. ¿Sólo amigos? ¿Un poco más que amigos?, ¿Novios? Desde muy jovencitos estábamos siempre juntos. Se convirtió en una costumbre. En las excursiones que hacíamos la pandilla, en las idas y venidas al colegio, en las compras de regalos en el día del padre o de la madre, en las de Navidad… cualquier cosa cotidiana que no nos apetecía hacer solos, pues ahí estábamos acompañándonos.
No sabía cómo había empezado, pero en el pueblo, los amigos y la familia ya nos consideraba una pareja, unos novios. Pero lo cierto era que jamás nos dijimos palabras de amor, jamás nos dimos un solo beso que no fuera de amigo; como se lo dábamos a los otros amigos. Jamás dijimos que fuésemos novios, pero nos echábamos de menos cuando no nos veíamos. Nos queríamos. A nuestra manera nos queríamos.



Y ese día, de hace muchos años, te eché de menos. El viaje se me hizo largo, aburrido y estaba muy preocupada. Te llamé a la residencia donde vivías y no sabían nada de ti, también se extrañaban. Eras un chico muy querido, simpático y no solías llegar tarde.
Cuando llamé a tu casa, al pueblo, me dijeron que te habías ido muy temprano, que no sabían nada más, que ni siquiera te despediste, sólo una nota encima de tu cama decía que te tenías que ir, que no se preocuparan, y que ya llamarías.