miércoles, 29 de junio de 2011

El camino de la esperanza


El pedregoso camino se le hacía cada vez más pesado. Cada paso que daba era un sufrimiento para sus cansados y heridos pies. Varios dedos se escapaban de sus sucias y raídas alpargatas, y el dolor se le hacía insoportable


 Un hatillo con una muda, una hogaza de pan, un trozo de queso, y una navaja, era todo su equipaje.  Aún las estrellas no le habían dado la bienvenida al sol cuando cerró la puerta verde de su casa dejando atrás todo lo que tenía, lo que más quería; su madre lo abrazó hasta que casi escuchó crujir sus costillas. Se llevó la mano al bolsillo de la camisa recordando que   le había metido algo en él. Besó la foto de su  hermana y de su madre y se le escapó un suspiro hondo, un suspiro que encerraba impotencia, dolor, desesperanza e incertidumbre.


Muchos kilómetros le quedaban aún por caminar.  En su cabeza se le acumulaban los recuerdos;  el hambre, la sequía, la miseria, las consecuencias de una guerra estúpida e inútil;  el recuerdo de la noche que se llevaron a su padre, el llanto de su madre y su hermana, su  impotencia…  cada paso que daba era tan doloroso, como sus recuerdos. Tenía que salir de allí, buscar trabajo en otro lugar, lejos, muy lejos de aquella tierra estéril, dónde sólo los lagartos campaban  a sus anchas.

El camino se le hacía eterno, le sangraban los pies, pero seguía caminando sin descanso, deseoso de oler la sal, de oir los chillidos de la gaviotas,  de pisar la arena negra de la playa, de ver el horizonte azul, lejano y  cercano a la vez; porque eso significaba que la esperanza estaba detrás de esa línea  y que,  en cuánto la pasara, las cosas cambiarían. El tabaco, la caña de  azúcar…le habían hablado tanto de los ingenios azucareros, de las plantaciones de tabaco… tenía que seguir, tenía que lograrlo. Por su madre, por su hermana, y por su padre asesinado en la pared del cementerio.

El olor penetrante a yodo marino le despertó  de un sueño reparador. Sintió sus pies mojados y la sensación de que algo le hacía cosquillas;  las algas de la resaca acumuladas en la orilla, se le enredaban en los pies.  Le escocían las heridas con la sal curativa. Recordó que había llegado al mar muy tarde, ni siquiera había visto la puesta de sol en el horizonte de la esperanza. La oscura noche y el cansancio le impidieron disfrutar el momento; pero ahora veía el mar y allá, a lo lejos, el barco que poco a poco se acercaba a la bocana del puerto.  El barco que le llevaría más allá de la línea que le separaría  de la miseria, pero también de lo que más quería. Por momentos creyó que no lo lograría, que no llegaría a tiempo de embarcar. Pero llegó.

Lloró mientras veía la tierra, su tierra, cada vez más lejos. Prometió volver, buscaría a su familia, haría a pié el camino desde la playa a su casa, pero juró, mirándose los pies ahora descalzos, que no le sangrarían en el pedregoso camino.  Llevaría puestas el mejor par de botas.

                                                     María Manrique.  15/1/2011

“La esperanza no es ni realidad ni quimera.  Es como los caminos de la tierra: sobre la tierra no había caminos; han sido hechos por el gran número de transeúntes.”  - (Lu Xun) -

“La esperanza existe, pero tienes que buscarla. No la esperes sentado.”  - M. Manrique. -                          


2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡cuantos recuerdos!
aquèllas sobremesas donde ese era el tema,siempre triste, siempre nostàlgico, la muerte, los abusos, la desesperanza...los que nunca regresaron...

mis cordiales saludos

Yolanda Almansa Saura dijo...

Un nuevo horizonte esperanzador descrito con sencillez.
El juramento final, lleno de amor propio.
Muy buen relato. Un saludo.