lunes, 11 de abril de 2011

Por fin, el beso


Llovía intensamente aquella tarde y el agua empezaba a embarrar las calles sin asfaltar del pequeño pueblo. El anciano, con sus pasitos cortos pero rápidos, caminaba hundiendo su bastón en el fango, sin importarle que el agua le calara sus ropas y le tapara la visión, porque de su negra boina y cómo cataratas, se escurría sobre su cara, sus ojos y al resto de su pequeño y doblado cuerpo.




Aquella mañana, que había amanecido fría y con nubes amenazadoras, había sido también la más triste de su vida. “El beso, el beso, el beso” iba diciendo a cada pasito que daba y poco a poco se iba acercando, ya casi sin fuerzas, a su destino. Ya veía los cipreses. Ya estaba cerca. Espera – le decía- ya estoy aquí; y recorrió aquel pasillo llenos de flores, de coronas, de crucifijos…de lápidas. Llegó a su lado y poco a poco y con gran esfuerzo, se arrodilló y se abrazó a ella; posó sus mojados labios en la fría losa y le dio el beso más hermoso, el que nunca le dio, el que nunca le habían dejado que le diera. Su amor de siempre se había ido, pero ahora, en el silencio del camposanto, era sólo para él. La lluvia le empapaba la espalda y así permaneció para siempre. Se quedó dormido en un beso eterno.


María Manrique 20/ 12/ 2010

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡que triste!! Tarde nos damos cuenta que por cosas ajenas a la vida, a la realidad, por prejuicios a veces ajenos, dejamos partir al ser amado, o nos vamos de este mundo sin haber vivido.

Mis cordiales saludos

Anónimo dijo...

Hola, adelfa. Sí, tienes razón, en éste caso, él era de una clase "inferior" (´qué poco me gusta esa palabra, para diferenciar a los que´más tienen, de los que no tienen casi nada)Y eso que ella lo amaba también. Un Abrazo.

María Manrique.