jueves, 1 de marzo de 2012

La primera vez. Para mi nieta Ana


Cuando lo tocó notó que se movía. Era casi más la ilusión y las ganas de que se moviera, a que se moviera en realidad.
Lo seguía tocando continuamente. A todas horas. Pero él se resistía; imperturbable, terco; se dejaba hacer, pues sabía que aún no era su hora. Ella lo miraba, lo remiraba y lo volvía a tocar. La mayoría de sus amigos ya le habían ganado la batalla a los suyos, otros estaban en la misma situación que ella. Los que ya lo habían experimentado, también lucharon contra esa resistencia y esa terquedad, que se defendió hasta que ya, exhaustos, se rindieron. Era sí o sí. No se podía hacer más. Pero ella pensaba que este era más terco aún que el de sus amigos, y eso la tenía con angustia y miedo.

El día que al tocarlo notó que se movía muchísimo más que de costumbre, le entró el pánico. Le temblaron las manos, un sudor frio le humedeció la frente y lo dejó de tocar para salir corriendo, nerviosa, a pedir ayuda desesperada.
-¡Ay qué ver! -pensaba- tanto desear que pasara esto para estar exactamente igual que mis amigos y, ahora, que se acerca la hora, me muero de miedo.
Acude la ayuda, pero ella ya no quiere ayuda, piensa que será peor. Sabe que va a sufrir y el sudor vuelve a empapar su frente. No sabe qué hacer, pero tiene que hacer algo. Vuelve a mirarlo, a tocarlo y cada vez se mueve muchísimo más; es inminente el final, lo sabe.

La ayuda insiste en que le deje hacer; cuanto antes acabe, más pronto descansará. Ella ya no aguanta más y se deja ayudar, aunque las lágrimas le caen por las mejillas, sabe que no hay más remedio. Lo haría ella misma, pero no se atreve. Es la primera vez que le ocurre esto, la próxima vez ya no tendrá tanto pánico.
Dos segundos después de recibir ayuda, todo había acabado. Ahora se reía, “no fue para tanto” – decía - y se marchó feliz a dormir; esa noche, muchísimo antes de la hora acostumbrada. Quería que la noche pasara pronto. Quería ver con sus propios ojos si era verdad todo lo que se decía sobre eso. Ella lo dudaba mucho, pero quería que amaneciera pronto para comprobarlo por sí misma. Para ver que sus amigos no le mentían. Con estos pensamientos entró en el mundo de Morfeo relajada y feliz esperando la mañana.




Y soñó. Soñó con ratones que correteaban por encima de su cama. Con ratones de enormes bigotes y de ojos pequeñitos pero brillantes. Soñó que sus amigos jugaban con ellos y reían, reían y reían con sus enormes bocas desdentadas. Todos la señalaban con el dedo. “¡Ahora te toca a ti!” “¡Ahora te toca a ti!” – le decían - Entonces, una luz se dirigió a ella, le alumbró la cara y un ratoncillo muy simpático le enseña un espejo.
-¡Mírate! – Tú también puedes jugar con nosotros. Entonces, vio como su boca se abría y se abría de una forma desmesurada y, los dientes, se soltaban de sus encías dejándola completamente desdentada. El ratoncillo seguía alumbrándola y poniendo el espejo para que se mirara.
La luz le cegaba y le molestaba. Se despertó. El sol se colaba por una pequeña abertura en las persianas y se posaba en sus ojos. Se dio cuenta que todo había sido un sueño. ¿Por qué había soñado con ratones? Se sienta en la cama nerviosa. ¿Será verdad que existe ese tal Ratón Pérez? Se tocó el diente que tanto le molestaba. Ahí estaba, moviéndose. Aún le faltaba unos cuantos días, su terquedad seguía impacientándola. No pudo evitarlo; fue a mirarse al espejo.

María. 

3 comentarios:

Yolanda Almansa dijo...

Un relato que plasma a la perfección la angustia que sienten la mayoría de los niños en esa primera vez.
Me gustó mucho. Un saludo.

Anónimo dijo...

Hace poco mi nieta pasó por esa situación y es verdad que tenía algo de miedo cuando llegó la hora.Quise hacerle algo gracioso. Gracias Yolanda.

Anónimo dijo...

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