Cuando
lo tocó notó que se movía. Era casi más la ilusión y las ganas
de que se moviera, a que se moviera en realidad.
Lo
seguía tocando continuamente. A todas horas. Pero él se resistía;
imperturbable, terco; se dejaba hacer, pues sabía que aún no era su
hora. Ella lo miraba, lo remiraba y lo volvía a tocar. La mayoría
de sus amigos ya le habían ganado la batalla a los suyos, otros
estaban en la misma situación que ella. Los que ya lo habían
experimentado, también lucharon contra esa resistencia y esa
terquedad, que se defendió hasta que ya, exhaustos, se rindieron.
Era sí o sí. No se podía hacer más. Pero ella pensaba que este
era más terco aún que el de sus amigos, y eso la tenía con
angustia y miedo.
El
día que al tocarlo notó que se movía muchísimo más que de
costumbre, le entró el pánico. Le temblaron las manos, un sudor
frio le humedeció la frente y lo dejó de tocar para salir
corriendo, nerviosa, a pedir ayuda desesperada.
-¡Ay
qué ver! -pensaba- tanto desear que pasara esto para estar
exactamente igual que mis amigos y, ahora, que se acerca la hora, me
muero de miedo.
Acude
la ayuda, pero ella ya no quiere ayuda, piensa que será peor. Sabe
que va a sufrir y el sudor vuelve a empapar su frente. No sabe qué
hacer, pero tiene que hacer algo. Vuelve a mirarlo, a tocarlo y cada
vez se mueve muchísimo más; es inminente el final, lo sabe.
La
ayuda insiste en que le deje hacer; cuanto antes acabe, más pronto
descansará. Ella ya no aguanta más y se deja ayudar, aunque las
lágrimas le caen por las mejillas, sabe que no hay más remedio. Lo
haría ella misma, pero no se atreve. Es la primera vez que le ocurre
esto, la próxima vez ya no tendrá tanto pánico.
Dos
segundos después de recibir ayuda, todo había acabado. Ahora se
reía, “no fue para tanto” – decía - y se marchó feliz a
dormir; esa noche, muchísimo antes de la hora acostumbrada. Quería
que la noche pasara pronto. Quería ver con sus propios ojos si era
verdad todo lo que se decía sobre eso. Ella lo dudaba mucho, pero
quería que amaneciera pronto para comprobarlo por sí misma. Para
ver que sus amigos no le mentían. Con estos pensamientos entró en
el mundo de Morfeo relajada y feliz esperando la mañana.
Y
soñó. Soñó con ratones que correteaban por encima de su cama. Con
ratones de enormes bigotes y de ojos pequeñitos pero brillantes.
Soñó que sus amigos jugaban con ellos y reían, reían y reían con
sus enormes bocas desdentadas. Todos la señalaban con el dedo.
“¡Ahora te toca a ti!” “¡Ahora te toca a ti!” – le decían
- Entonces, una luz se dirigió a ella, le alumbró la cara y un
ratoncillo muy simpático le enseña un espejo.
-¡Mírate!
– Tú también puedes jugar con nosotros. Entonces, vio como su
boca se abría y se abría de una forma desmesurada y, los dientes,
se soltaban de sus encías dejándola completamente desdentada. El
ratoncillo seguía alumbrándola y poniendo el espejo para que se
mirara.
La
luz le cegaba y le molestaba. Se despertó. El sol se colaba por una
pequeña abertura en las persianas y se posaba en sus ojos. Se dio
cuenta que todo había sido un sueño. ¿Por qué había soñado con
ratones? Se sienta en la cama nerviosa. ¿Será verdad que existe
ese tal Ratón Pérez? Se tocó el diente que tanto le molestaba.
Ahí estaba, moviéndose. Aún le faltaba unos cuantos días, su
terquedad seguía impacientándola. No pudo evitarlo; fue a mirarse
al espejo.
María.
3 comentarios:
Un relato que plasma a la perfección la angustia que sienten la mayoría de los niños en esa primera vez.
Me gustó mucho. Un saludo.
Hace poco mi nieta pasó por esa situación y es verdad que tenía algo de miedo cuando llegó la hora.Quise hacerle algo gracioso. Gracias Yolanda.
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