martes, 31 de enero de 2012

La casa de Pedro


Cada vez que viajaba por aquella carretera, con el mar a mi izquierda y con los grandes riscos que caían sobre el maravilloso barranco, a mi derecha, ya sabía que estaba cerca. Cuando llovía con fuerza, las aguas bajaban desesperadas inundándolo todo; se escondían furiosas bajo el puente de piedra, para salir al otro lado empapando la arena de la playa y dejando surcos profundos como caminos pantanosos, y luego se perdían en el mar. Arriba, en la pequeña loma que se divisaba desde el puente, una casa blanca albeada de cal viva, observaba el espectáculo de la lluvia. Abajo, en la playa, los pescadores se afanaban en asegurar sus barcas y sus redes antes que la fuerza del agua destrozase lo que, para ellos, era la base de su sustento.



Si, ya estaba cerca. La casa de Pedro se veía nada más doblar la última curva de la carretera, una vez cruzado el puente del barranco, ahora seco. Los recuerdos se amontonaban. Eran parte de una vida; quizá la más feliz de la niñez. Eran tantas las anécdotas, las situaciones, las risas… La pila de cosas vividas se peleaban en la memoria queriendo revivir. El nudo se formaba en la garganta a medida que me iba acercando al lugar mágico que era la casa de Pedro.
La figura de Pedro sentado en la esquina más fresca de la casa, que como privilegiado balcón abarcaba todo un inmenso mar azul, la tenía grabada en mi memoria. Lo recuerdo con la mirada perdida en el horizonte. Callado, pensativo… había vivido tanto... quizá revivía sus viajes a la lejana Cuba y en lo que allí había aprendido. Me encantaba sacarle de su ensimismamiento y preguntarle cosas. Él, con aquella parsimonia tan característica suya, y que empleaba cuando lo que quería contar fuera entendido, empezaba a relatar en forma de cuentos formidables sus lejanas andanzas. A veces me pregunto si de verdad eran reales todas aquellas historias o eran una mezcla de realidad y fantasía. Lo que sí sé es que, mientras él hablaba, se creaba una atmósfera de paz, de magia, de silencio, de lágrimas de emoción, de risas…de amor.


Y eso es lo que me ha traído hoy aquí. El nudo sigue en la garganta. No creo que dure mucho en que se convierta en puro llanto. La esquina, el balcón de Pedro, hoy está vacío, pero su magia sigue rondando las cuatro esquinas de esta casa donde, muchos días, las cosas más difíciles se convertían en cosas sin importancia, que los sueños más remotos, se convertían en realidades. Donde la realidad, mezclada con la fantasía, te hacía el día a día más feliz.

Hoy, he revivido la tormenta que hizo que, unos brazos amorosos, me asomaran a ver el barranco en toda su plenitud. La inundada playa, los pescadores… desde ese mirador he escuchado las historias más emocionantes, más mágicas, más amorosas. Hoy, he estado hablando, riendo, recordando a un hombre bueno, a un hombre mágico. El inmenso mar azul ha sido testigo de esa magia, pero también del dolor por las ausencias, de mi impotencia por no poder tocar, abrazar, besar… Por fin, el nudo se ha desatado…

Te quiero Pedro. Te quiero abuelo.

María.     

2 comentarios:

Yolanda Almansa dijo...

Exacto, en el último momento, el nudo se ha desatado.
Muy emotivo, tanto que me ha hecho suspirar, despertando recuerdos dormidos de esos abuelos que ya no están y los abrazos deseados que nunca volverán.

Anónimo dijo...

Se les echa tanto de menos... Gracias Yolanda. Un beso.María.