martes, 21 de junio de 2011

La lluvia y tú


Me he asomado a la ventana, no importa que llueva intensamente en estos momentos; necesitaba aire, necesitaba llorar, desahogarme de esta angustia que me rompe por dentro, que me destroza, que hace que muera en vida. Mis lágrimas se mezclan con el agua de la lluvia que se ha puesto de mi parte, que sabe de mi sufrimiento y que llora conmigo.


                                                                                                                                                                   
Ahora mismo estoy ausente de lo que a mi alrededor acontece; sólo la lluvia forma parte de mi estado de ánimo; la lluvia y tú. Sí, tú eres ahora mi pensamiento, sólo tú existes. Tú, y yo; tú y la noche, tú y tu música, tú y tu sonrisa, tú y tu boca, tú y la lluvia. Pienso en aquella noche; llovía también como ahora. Una pequeña pero intensa tormenta de verano que nos sorprendió en nuestra playa, en nuestro paseo nocturno por la orilla del mar.  Corrimos a refugiarnos bajo el saliente de las rocas, pero de pronto te diste la vuelta y volviste sobre tus pasos. Poco a poco te desnudaste, abriste  los brazos en cruz  y miraste el cielo cargado de nubes negras, y dejaste que el agua mojara tu cara, tu cuerpo; un minuto, dos, tres… una eternidad.



El tiempo pasaba y tú, impasible, dejabas que la lluvia limpiara tu alma. Era como un ritual espiritual. Sin fuego, sin palabras; en silencio. Sólo el ruido suave del agua sobre el mar.  Te observaba desde el improvisado refugio, y deseé unirme a ti, sentir lo que tú sentías, vivir lo que tú vivías, evadirme contigo a ese lugar donde te encontrabas en ese momento. Ahora me pregunto qué fue lo que lo impidió. Qué fuerza extraña atrapó mi voluntad, me dejó clavado en la arena mientras tú empezabas a caminar despacio hacia la orilla. Qué fuerza extraña te atrapó, te absorbió, te hipnotizó. Te quería llamar pero de mi garganta no salía un solo grito; lo intentaba una y otra vez, pero era inútil. Me dolía la garganta, sentía las piernas atrapadas, con la sensación de mil cadenas rodeándolas impidiendo el más leve movimiento. Impotente te veía entrar en el mar, poco a poco. Ahora tus manos colgaban a lo largo de tu cuerpo y yo te veía cada vez más y más pequeña, hasta que desapareciste. El grito desgarrador salió al fin de mi garganta, pero ya era demasiado tarde. Entonces paró la lluvia, se abrió el cielo y empezó a amanecer. Me desperté angustiado y sudoroso y el aire me faltaba.

Estoy aquí, mirando la lluvia, mojándome la cara, llorando, con ésta desazón que me angustia. Pero tú abrazas mi cintura con fuerza, con amor… estás aquí. Tranquilizándome, basándome… llena de vida… estás aquí. Acabó la pesadilla.

                                                                                     
M. Manrique.  Febrero 2011 


2 comentarios:

Anónimo dijo...

La lluvia... que puede cobijar la pasiòn, o puede ser bàlsamo para las làgrimas que produce el desamor...

Mis cordiales saludos

María dijo...

Bonito comenterio, Gracias. Aprovecho para decirte que leo todo lo que escribes y que se publica en mi blog. Me encanta. El problema es que teno dificultades cuando hago un comentario en respuesta a tus escritos. Me es imposible. No puedo entrar en tu blog. Pero que sepas que te leo. Un abrazo!!