lunes, 23 de abril de 2012

Años 60. Un día. Un barrio.


Nueve de la mañana.

Una niña salta a la comba en la acera de su calle, justo delante del portal de un edificio de cuatro plantas. Una bicicleta pasa despacio por la estrecha calle y,  la vecina del segundo B, sacude una alfombra roja descolorida por el uso.
Un perrito pequinés asoma su chata cara por las rejas del balcón del primero A y el cartero entra al portal a dejar la  correspondencia avisando a los vecinos a golpe de silbato.  En el edificio de enfrente, una señora gorda riega los geranios de su ventana, mientras canta un pasodoble torero. 
Por la esquina de la calle aparece el afilador gallego con su  melodía filarmónica. Varias vecinas bajan con sus cuchillos mellados y tijeras que no cortan y, mientras esperan su turno, charlan animadamente:

-Pues a mi Julito lo tengo con anginas. ¡Menuda noche que me ha dado!
-Ay, sí, es que anda todo el mundo igual. Mi Carmencita estuvo la semana pasada.
-Oye, os habéis enterado de lo de doña Pepa?
-¿Qué le ha pasado?
-Su marido, que la ha dejado; la pobre, toda la vida dedicada a él porque, - todo hay que decirlo- la tenía como una esclava. ¡Si ni siquiera salía la buena mujer! De casa al mercado y del mercado a casa.
-¡Menudo sinvergüenza! Y él, dándose la gran vida. ¡Si yo os contara!