Nueve
de la mañana.
Una
niña salta a la comba en la acera de su calle, justo delante del
portal de un edificio de cuatro plantas. Una bicicleta pasa
despacio por la estrecha calle y, la vecina del segundo B,
sacude una alfombra roja descolorida por el uso.
Un
perrito pequinés asoma su chata cara por las rejas del balcón del
primero A y el cartero entra al portal a dejar la correspondencia
avisando a los vecinos a golpe de silbato. En el edificio de
enfrente, una señora gorda riega los geranios de su ventana,
mientras canta un pasodoble torero.
Por
la esquina de la calle aparece el afilador gallego con su
melodía filarmónica. Varias vecinas bajan con sus cuchillos
mellados y tijeras que no cortan y, mientras esperan su turno,
charlan animadamente:
-Pues
a mi Julito lo tengo con anginas. ¡Menuda noche que me ha dado!
-Ay,
sí, es que anda todo el mundo igual. Mi Carmencita estuvo la semana
pasada.
-Oye,
os habéis enterado de lo de doña Pepa?
-¿Qué
le ha pasado?
-Su
marido, que la ha dejado; la pobre, toda la vida dedicada a él
porque, - todo hay que decirlo- la tenía como una esclava. ¡Si ni
siquiera salía la buena mujer! De casa al mercado y del mercado a
casa.
-¡Menudo
sinvergüenza! Y él, dándose la gran vida. ¡Si yo os contara!
Desde
la ventana del segundo A, una señora llama a gritos a su hija,
otra, de otro edificio, tiende la colada en el balcón, con el
consiguiente goteo en la ropa tendida y ya seca en el
balcón de abajo, lo que hace que se entable una pequeña gresca
entre vecinas, sin llegar a mayores.
De
unas de las ventanas sale el aroma del café recién hecho y el
repartidor del pan aparece con su triciclo con remolque. La
niña de la comba se acerca a por el pan y le dice que se lo apunte.
- Que
dice mi madre que mañana se lo paga.
Se
acercan más vecinos hasta montar un pequeño corrillo.
- Yo
quiero dos barras.
-Yo,
una hogaza de pueblo.
-A
mí una barra y una hogaza. No, mejor dos hogazas, que hoy viene mi
hermana con los niños. ¡Menudo lo que comen, los angelitos!
Diez
de la mañana.
Una
vecina se acerca a la pescadería del barrio ubicada en la otra
esquina de la calle; se cruza con su vecina que viene ya de vuelta:
-¿Y
a cómo está hoy el pecado vecina?
-Caro
-contesta- pero fresco. ¡Mira que sardinas tan hermosas; si es
que parecen que van a saltar de la bolsa de lo frescas que están!
- ¿Es
lo más barato que tenían hoy?
-
¡Pues sí, hija mía! Ya sabes, el pescado del pobre ¡Pero bien
ricas que son!
¡Pues
mira, yo también haré hoy unas sardinitas, que a mi Pepe le
encantan.
Once
de la mañana.
Varias
señoras con bolsas de nylon, vuelven cargadas de compras.
-¡Ay,
pero qué caro está todo, vecina!
-Y
qué lo digas. ¡No sé adónde vamos a ir a parar!
-¡Pobres,
nuestro maridos, que se matan a trabajar para ganar cuatro perras!
-
Ya, si no fuera porque yo voy a limpiar algunas oficinas, a
mitad de mes ya estaríamos viéndolas venir.
-¡Y
qué lo digas!
-
Bueno, hasta luego. ¡Tanta charla, tanta charla y la casa por
barrer!
Doce
del mediodía.
El
barrio es todo música. Desde las ventanas abiertas se oyen las
radios a todo volumen. En una, Joselito y su “Jaca” en otra,
Mari Fe de Triana y su Torre de arena, en otra, la canción
publicitaria del famoso Cola Cao; “Yo soy aquel negrito del África
tropical” “Es el Cola Cao desayunos y meriendas.” Mientras,
las mujeres se afanan con la casa, la colada, la cocina… es lo que
les alegra la mañana: La música.
Dos
de la tarde.
De
los portales y ventanas sale el olor de las sardinas fritas. Un
desfile de hombres con monos azules van y vienen calle arriba, calle
abajo. Cada cual se mete en su portal. De las ventanas de las cocinas
se oye el ruido de platos y cubiertos. Alguna madre grita llamando
a comer.
-¡Vamos,
ya está aquí papá ! ¡A comer!
De
otra ventana:
-¡Niña,
no te digo más veces que pongas la mesa! ¡Que no ayudas nada!
¡Siempre delante del espejo! La voz del padre pone las cosas en su
sitio:
-¿¡Es
que no oyes a tu madre!? La chica aparece corriendo. Las
familias comen, hablan; los niños pequeños lloran.
Cuatro
de la tarde.
La
radionovela "Lucecita" se propaga por todos los hogares a
través de la radio. La calle está en silencio. Los pequeños
duermen la siesta. Las madres cosen, o remiendan calcetines y
pantalones; mientras, sus oídos no pierden detalles del drama que se
está emitiendo.
Cinco
de la tarde.
La
madre de familia plancha con la recién estrenada plancha eléctrica.
Regalo de los pasados Reyes. Ha repasado toda la ropa y, ahora, la
plancha, más rápido que antes. ¡Dónde va a parar! Pero le sigue
doliendo la espalda. Es que no ha parado desde las cinco de
la mañana. Empezó limpiando las escaleras de varios edificios
del barrio; luego, volver a tiempo de hacer los desayunos de
los críos, ayudarlos a vestir y llevar a los más pequeños a la
escuela. Hacer la casa, la colada, la compra, la comida, lavar los
platos, remendar; planchar un mono de trabajo, cuatro pantalones,
seis camisas, la ropa de los críos... doblar toallas, pañales,
paños de cocina... Doblar sábanas. Ya casi no tiene fuerzas en los
brazos.
Seis
de la tarde.
Van
llegando los niños de la escuela. Pan y chocolate. Hacer los deberes
y a la calle. La calle cobra vida con los juegos de los niños;
el escondite, la pídola, el patinete de madera, los patines de
hierro, la comba... No hay peligro de coches, casi no pasa ninguno.
Sólo hay dos coches en el pequeño barrio. El de Tomás, el
pescadero; una pequeña furgoneta que compró de segunda mano, cuando
abrió la pescadería. No tuvo más remedio. El pescado había que
traerlo a diario desde la lonja. Aún la está pagando. Y el de
"El millonario"; le llamaban así porque, un año, se había
ganado un millón de pesetas con la lotería de Navidad. Se
compró un coche negro muy alto y que casi no movía para nada de
delante de la puerta de su casa. Los niños se solían esconder
debajo cuando jugaban al escondite.
Ocho
de la tarde.
Se
empieza a preparar la cena. El olor a tortilla de patatas
y cebolla se cuela por las escaleras. Regresa el padre de
trabajar. Hoy, como otros muchos días, ha estado haciendo
chapuzas después del trabajo. Los niños se andan lavando,
poniéndose los pijamas. La mamá baña a los más pequeños y les da
el biberón. Cenan después la tortilla, bañada con vino y gaseosa
los papás y con leche los pequeños.
Los
niños se van a la cama protestando; quieren ver El Virginiano,
o Ironside, o a los ocupantes de La Ponderosa, o Un millón para el
mejor, o lo que toque esa noche en la única televisión que hay. Un
vecino con una gran linterna sube al enmarañado tejado de cables y
antenas. Hoy no se ve muy bien la pequeña tele en blanco y negro. La
mujer está en la ventana y a gritos le va diciendo el estado de las
imágenes:
-¡Ahora
se ve muy bien! ¡No, ahora no! ¡Si, ahora ya se ve!! ¡Déjala así,
no la toques más!
El
matrimonio se queda dormido ante el televisor. Nunca saben como
acaba el capítulo de la serie. Están reventados. Mañana es el
Festival de Eurovisión, seguro que por la antena o por el cansancio,
no van a ver como Massiel lo gana por muy poco, pues el
participante inglés le sigue los talones.
Doce
de la noche.
La
música del himno Nacional despierta a la mamá. La bandera con el
águila ondea en la pantalla del televisor y el rostro de Franco
les dice adiós. Hasta mañana.
Con
pasos no muy firmes, el matrimonio camina el pasillo hasta el
dormitorio. Un beso, que descanses. Cada uno se da la vuelta. No
hay ganas de nada más. Las espaldas también se miran. Por lo menos
descansarán algo.
Día
siguiente.
Más
de lo mismo. Bueno, no, hoy comerán lentejas y, para cenar, huevos
fritos con salchichas, regadas con vino y Casera y con leche los
niños.
María
Manrique. Febrero 2012.
4 comentarios:
«AUTÉNTICO», esa es la palabra.
Tu relato ha despertado en mí los recuerdos de una niñez similar a la que describes: jugando en las calles, viendo un televisor en blanco y negro y con los padres trabajando de sol a sol.
Me ha encantado. Un placer leerte.
Un abrazo.
Gracias, Yolanda. Y lo que no he escrito, porque una vez publicado éste, me he acordadado de muchas más cosas de aquellos tiempos. Pero seguro que lo continuaré. Me complace que te haya gustado. Un abrazo
"salta a la comba"-...asi se dice en Canarias...que gusto..mis saludos
Adelfa, cuánto tiempo! Gracias! Sabes que no puedo entrar en tu blog, por mucho que lo intente, eleo tu enlace en el mío. Espero que estés bien. Un abrazo!! María.
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