La
mesita de tres patas estaba adornando el mejor rincón del
salón; mientras no se utilizaba para el menester por la
que se había encargado al mejor carpintero de la ciudad, la
adornaba un gran ramo de flores en un precioso jarrón y, debajo
de éste, un pañito de croché hecho por doña Benita sólo
con la intención de que su mesita no sufriera ningún tipo de
arañazo. La mesita no pesaba nada; era ligera y suave al tacto, sin
adornos adicionales, de patas altas y delgadas como las piernas de
una bailarina. Barnizada en caoba claro, estéticamente y a la vista
de todos, era sólo una mesita normal y corriente que
pasaba desapercibida.
Doña Benita
tenía un "don"; bueno, eso era lo que ella decía. Los
espíritus eran sus amigos, y los santos su devoción. El crucifijo
que colgaba en lo alto del cabecero de su cama, en alguna
ocasión había escuchado sus peticiones, nunca para ella, sólo
para los demás. Nunca se dedicó a sacar provecho de ese don; ella
era modista de profesión, y muy buena, pero ese "don"
que ella tenía lo utilizaba con la familia y con algunos
amigos. Siempre en la intimidad de su casa.
La
famosa mesita de tres patas a la que ella le tenía un cariño
especial, era la intermediaria entre ella y sus adorados
espíritus. En más de una ocasión vi una de aquellas sesiones
de espiritismo y de verdad que, el vello y la piel se erizaban hasta
sentir un frío fuera de lo normal en pleno verano. Jamás en
ningunas de esas ocasiones vi truco alguno. Yo miraba y remiraba los
bajos de la mesita, y solo veía sus tres largas patas en el
aire, y luego caía, daba contra el suelo y volvía a subir con
violentos movimientos. Nadie la tocaba, sólo ella posaba sus
manos suavemente encima, llamaba al espíritu con el que quería
contactar y preguntaba. El espíritu contestaba con movimientos que
ella antes "pactaba".
-
Si es sí, -decía Benita- das un golpe. Si es no, dos golpes.
-
Si no sabes, das varios golpes.
La
mesita cumplía a rajatabla su cometido. No era como en la películas;
con oscuridad, con trance de la espiritista, ni nada perecido. Era
todo muy natural y a plena luz, pero se notaba tensión y frío