Pasa junto a mí la tenue luz y bajo su influjo me pierdo en sus sombras. Soñé que tu mano me llevaba por caminos solitarios, allá donde hasta los susurros tienen su perfume.
Así, entre sonidos y murmullos de noche clara, me dejaba llevar. Atrás quedaba la voz del mundo . No quiero cruzar la noche, no sea que te pierda en la línea de la aurora. Vuela tu pelo a la luz de la luna, busco tu boca, y ahora sé donde me llevas.
Me llevas allá donde los besos son eternos; donde los perfumes y los aromas se impregnan en la piel, y los amantes, libres, bailan a la luz de la luna. No, luna, no huyas aún, deja que esta noche sea eterna; Deja que gocemos de la magia. Olvídate de la mañana.
Deja que bailemos bajo tu plateada luz. Deja que nos emborrachemos de pasión, hasta que nuestros cuerpos y nuestras almas se fundan en un solo ser. Deja que su boca sea mía, y la mía suya. Deja que le diga sin decir nada, y que me diga sin que nada me diga.
Nuestros cuerpos duermen abandonados en la noche. Entrelazadas nuestras manos recuerdan el deseo, y el silencio es más silencio, el amor es más amor, e irremediablemente llega la mañana.
Ven conmigo, me dice. Y caminamos descalzos por la tierra húmeda de rocío. Rodeo su cintura y la atraigo hacia mí, y su mirada, ahora tímida, se cruza con la mía; caminamos en medio de campos verdes como sus ojos y saciamos con besos nuestra sed. No sé su nombre. Entonces pregunto: ¿Cómo te llamas? Ella vuelve a cruzar su verde mirada con la mía y dice: Me llamo Amor.
María Manrique. Marzo de 2011.
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