Nueve
de la mañana.
Una
niña salta a la comba en la acera de su calle, justo delante del
portal de un edificio de cuatro plantas. Una bicicleta pasa
despacio por la estrecha calle y, la vecina del segundo B,
sacude una alfombra roja descolorida por el uso.
Un
perrito pequinés asoma su chata cara por las rejas del balcón del
primero A y el cartero entra al portal a dejar la correspondencia
avisando a los vecinos a golpe de silbato. En el edificio de
enfrente, una señora gorda riega los geranios de su ventana,
mientras canta un pasodoble torero.
Por
la esquina de la calle aparece el afilador gallego con su
melodía filarmónica. Varias vecinas bajan con sus cuchillos
mellados y tijeras que no cortan y, mientras esperan su turno,
charlan animadamente:
-Pues
a mi Julito lo tengo con anginas. ¡Menuda noche que me ha dado!
-Ay,
sí, es que anda todo el mundo igual. Mi Carmencita estuvo la semana
pasada.
-Oye,
os habéis enterado de lo de doña Pepa?
-¿Qué
le ha pasado?
-Su
marido, que la ha dejado; la pobre, toda la vida dedicada a él
porque, - todo hay que decirlo- la tenía como una esclava. ¡Si ni
siquiera salía la buena mujer! De casa al mercado y del mercado a
casa.
-¡Menudo
sinvergüenza! Y él, dándose la gran vida. ¡Si yo os contara!