domingo, 2 de septiembre de 2012

Aquella música


Se encontraba incómodo en aquel sitio; la tarde se empezaba a dorar y los últimos colores que el rastro de la espléndida puesta de sol habían dejado, paso a la incipiente noche. En nada se escucharía aquella música que le aumentaba aún más su tristeza. Se preguntaba por qué a los demás no les afectaba esa melodía lejana, que cada noche se escuchaba a la misma hora en los días de luna llena. Era una música triste y llena de melancolía que parecía que sólo él escuchaba. Tendría que averiguar el motivo. La  preciosa y triste melodía  le gustaba, pero no podía  escucharla, algo en su interior le decía que se tenía que ir de allí y sentía como si una fuerza extraña lo empujara a la cercana playa, donde sus acordes no llegaban.
Se sentó en la arena frente a la oscuridad del mar. A lo lejos quedaban las luces de las terrazas y  el bullicio de la gente. Allí, solo y pensativo se sentía bien y en paz.
Una suave y bonita voz lo sacó de su aislamiento.
 -¿Tú también escuchas esa misteriosa música, vedad?
Se sobresaltó y no le agradó que le robaran intimidad. Cuando volvió el rostro, vio a una guapa mujer sentada en la arena cerca de él. Ya había oscurecido y sólo veía su hermosa cara bajo el reflejo blanquecino de la hermosa luna llena. No sabía cuánto tiempo llevaba allí. Él se creía solo, por lo menos estaba solo cuando había visto los últimos reflejos anaranjados del sol, deshacerse en nebulosas en el horizonte del mar.     
-¿Cómo sabes que la escucho?
-Porque te veo venir aquí cada día, a la misma hora. Yo hago lo mismo; observo de lejos tu tristeza, tu melancolía...pero no debes temer nada, son llantos de sirenas. Sólo se escuchan en las noches de luna llena.
Él la miró incrédulo en la semioscuridad. Ella le devolvió una sonrisa triste.
-No creo en sirenas. Perdona, me tengo que ir.



  Se alejó caminando descalzo por la arena húmeda de la orilla. Escuchó a su espalda una especie de silbido suave, seguido de un delicado chapoteo en el mar y se giró. Un revoltillo de de espuma se alejaba de la orilla, primero despacio y luego a toda velocidad. Se alejó hasta que ya su vista no alcanzaba. La espléndida luna repartía su luz sobre el oscuro mar y él, aún un poco desorientado y sin saber qué había pasado, siguió caminando dejando sus huellas en la arena, cabizbajo y triste.
A la mañana siguiente se levantó pensando en la noche anterior; en realidad, estuvo pensando casi toda la noche en la misteriosa mujer de la playa. A final dio por hecho que, seguramente, no la volvería a ver más y que solo se trataba de una solitaria que buscaba conversación. 
Esa tarde estaba pensando en su amor; hacía meses que un horrible accidente los había separado para siempre. Normalmente procuraba estar poco en aquella casa, en aquel lugar que le recordaba a ella. Aún su perfume impregnaba su alcoba, su armario, su sofá...y ese dolor al recordarla y no poder abrazarla, besarla, le dolía profundamente. Por eso trataba de evadirse con amigos, con copas...pero esa música lo transportaba, lo empujaba al mar y, allí, su tristeza se esfumaba como la espuma suave de las olas que, lentamente, se acercaban a la orilla y se desvanecían en la nada.