jueves, 31 de mayo de 2012

Adiós y hola


Él se puso el chubasquero, colgó su mochila a la espalda y salió. La fuerte lluvia no le impidió encaminarse hacia el sendero que conducía a las rejas de salida de la finca, varios cientos de metros más allá. Desde una de las ventanas, ella vio su figura borrosa por la lluvia, que escurría como cataratas por los cristales. Caminaba con las manos metidas en los bolsillos del chubasquero, cabizbajo y metiendo sus botas en los charcos y en el barro que el agua iba dejando en el  camino


 Se sirvió un café y se sentó a la mesa. Disfrutaba con el sabor y el aroma  que había quedado repartido por la cocina y esperó. Un fuerte trueno rompió el silencio que había dejado su marcha y que sólo el sonido de la lluvia la acompañaba después de la otra tormenta, la que unos minutos antes se había desatado en aquella misma cocina. Un fuerte relámpago alumbró la estancia que se estaba quedando a oscuras, y unos segundos después, otro fuerte trueno rompió el cielo, el silencio, y el corazón de ella, que, ahora sí, se estaba empezando a preocupar.